Robe. El músico y el poeta que no tenía miedo al fracaso
Nota del editor: Tras rendir ayer homenaje a Jorge ‘Ilegales’ y mientras media España se quedaba ‘huérfana’ de rock, otro grande nos decía adiós. Es nuestro particular homenaje a ‘Robe’ Iniesta
Este 10 de diciembre de 2025 murió Roberto Iniesta Ojea. El 'Robe', una de las voces más singulares, profundas, inimitables y necesarias que ha dado la música en castellano.
Su legado es una forma de entender el rock que no se parecía a ninguna otra: un lenguaje propio, creado a base de furia, ternura, sabiduría popular, poesía descarnada y un aire extremeño que atravesaba cada surco.
Su obra fue evolucionando, poco a poco, pero de manera natural, del rock agrio, visceral, de sus inicios, a la invención de un lenguaje nuevo, hecho de crudeza y lirismo que marcó a una generación entera y la seguirá marcando aunque ya no quede nadie que recuerde sus primeros y accidentados conciertos.
En sus primeros años con Extremoduro escribía como quien lanza una botella contra la pared: frases afiladas, imágenes de sexo, droga y bajos fondos, un universo donde la vida dolía y donde los personajes parecían condenados sin remedio. Ahí ya había algo distinto: sin obsesión por la rima, sin ataduras formales, sin temor a la frase larga o al verso imposible; una forma de utilizar la lengua que mezclaba sabiduría popular con metáforas cultivadas, calle con literatura. Extremoduro llamó a aquello 'rock transgresivo', pero en realidad Robe estaba inventando su propio idioma.
Ese lenguaje siguió creciendo. Se expandió hacia la ternura, hacia lo onírico, hacia un erotismo extraño —crudo y a la vez tierno—, de imágenes que parecían sacadas al mismo tiempo de una copla y de un poema surrealista. Había en su voz cierta actitud de cantaor flamenco. Y había también un aire extremeño. En Robe convivían lo profundo y lo popular, lo culto y lo callejero, lo elegante y lo sucio, lo crudo y lo sensible.
Esa evolución tuvo su cumbre en La ley innata, publicada en 2008. Para muchos —entre los que me encuentro—una obra maestra absoluta, una de las cimas del rock en castellano, un poema sinfónico eléctrico que sobrepasa el formato canción. Un movimiento emocional dividido en fragmentos, donde las guitarras se entrelazan con cuerdas, silencios, crescendos, y la palabra adquiere un peso casi ritual. Allí Robe llevó al límite su propia lengua: versos largos, confesionales, desgarrados, llenos de imágenes que se repiten como motivos musicales. Era, en cierto modo, la culminación de un camino que había empezado años antes con Pedrá, aquel experimento valiente que marcó su camino al éxito casi masivo. La ley innata era la flor nacida de esa semilla: un viaje emocional, un grito íntimo que se abría paso entre electricidad y aire. Fue el momento en que Robe dejó atrás cualquier etiqueta y entró en un territorio donde solo entran los artistas verdaderos, los que crean un lenguaje y un estilo propio.
Y sin embargo, como ocurría con todas las figuras complejas, esa ambición poética convivía con una cercanía de la que hablan todos los que lo conocieron en la intimidad. Robe hablaba como escribía: despacio, con frases que podían ser pensadas durante años o improvisadas en ese instante; decía verdades como quien suelta piedras en un estanque; tenía un humor extraño, una forma de mirar que no era de estrella, sino de artesano que revisa su obra antes de colocarla en la estantería.
Las canciones que dejó forman parte de la educación sentimental de varias generaciones: Jesucristo García, So payaso, Ama, ama, ama y ensancha el alma, Salir, De Acero, Decidí, Sucede, Buscando una Luna, La vereda de la puerta de atrás. Himnos que, escuchados con calma, revelan una mezcla casi imposible de lenguaje descarnado y poesía de altura. En ellas no hay disfraces: todo lo que canta suena real, vivido, dolido, soñado. Robe no escribía para gustar; escribía por necesidad, porque tenía algo que decir. Y por eso sus versos han sobrevivido al ruido de los estilos, a las modas, a la industria.
Aunque Extremoduro fue una banda con etapas turbulentas, Robe supo rodearse de músicos capaces de llevar su lenguaje más lejos: desde los primeros tiempos con el caos medianamente organizado hasta la precisión orquestal de su última época.
Su carrera en solitario confirmó que Robe no era un cantante de rock, sino un poeta eléctrico, un narrador emocional, un creador de mundos propios. Mayéutica y otros trabajos mostraron la continuidad del viaje comenzado en La ley innata: introspección, ambición, belleza, riesgo, profundidad lírica.
Su ausencia pesa. Nos falta esa forma de hablar, de cantar, de sentir, de escribir que marcó el idioma del rock español. Con él se va un inventor de lenguaje.
Quedan sus versos, su música, su voz quebrada, su verdad. Esa ley innata, que seguirá brillando como una catedral eléctrica levantada en medio de la noche, dentro de nuestros sueños.
Como el mismo nos pedía en su preciosa canción Nada que perder, nos quedamos escuchando sus canciones, si se tiene que marchar.
Nos quedamos buscando imposibles que lograr, sin miedo a fracasar y volver una y otra vez a intentarlo.
.
Linkedin: Rafael García Purriños



