Viernes, 26 de Diciembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNThe Pogues. Si perdiéramos la gracia de Dios
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Rafael García-Purriños

The Pogues. Si perdiéramos la gracia de Dios

 

No creo que sea posible definir o encasillar a The Pogues, ni falta que hace. Sin duda parecían una banda de borrachos pendencieros, y puede que lo fueran, pero tocaban como si se estuvieran jugando el alma en cada canción.

 

Hacían una suerte de música de taberna irlandesa pasada por el filtro del rock, del punk, del folk más tradicional y del whisky más barato y cazallero. Canciones para cantar abrazado a alguien que acabas de conocer… o que llevas toda la vida intentando olvidar. Un grupo capaz de sonar como una charanga descontrolada y, dos minutos después, romperte el corazón con una balada desoladora, sincera y hermosa. Y en el centro de todo, sosteniendo el caos, la poesía y la autodestrucción, estaba Shane MacGowan.

 

Shane no parecía un líder de banda, ni una estrella de rock, ni nada que se le pareciera. Con esa dentadura, vestido como si acabara de salir de una pelea o de una noche sin final, parecía más bien un poeta maldito que se había colado en la fiesta equivocada. Pero su voz, rota, áspera, venia de siglos de historia irlandesa, de exilio, de derrota, de esclavitud, de humor negro, de desesperación, de emigración, de nostalgia y de ternura.

 

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Musicalmente, The Pogues eran un extraño caos folclórico, Banjo, acordeón, flauta, mandolina, saxo, bajo y batería, pero sin guitarra eléctrica. Folk tradicional irlandés tocado a velocidad punk, con espíritu y energía salvaje que introducía en el folk a chavales con el oído más acostumbrado al punk. No es extraño que colaboraran con ellos figuras como Joe Strummer, de The Clash, o que Elvis Costello produjera uno de sus mejores discos, “Run, Sodomy & The Lash”. Tampoco que compartieran raíces, escenario y amistad con leyendas como The Dubliners. The Pogues eran, a la vez, tradición y ruptura.

 

Tras un par de discos notables, el gran reconocimiento llegó con “If I Should Fall from Grace with God” (1988), seguramente su obra maestra. El disco se abría con la canción que le da título, un auténtico manifiesto. Una canción que entra como una patada en la puerta, veloz, furiosa, urgente, pero cuyo título encierra una profundidad inesperada. Si perdiera la gracia de Dios. Pocas frases podrían contrastar tanto con una panda de borrachos pendencieros, más caóticos que católicos. Y, sin embargo, ahí estaba la pregunta, trascendente, irlandesa hasta la médula.

 

En realidad “If I Should Fall from Grace with God” no habla de religión en un sentido estricto, sino de culpa, de identidad y de pertenencia. Habla del miedo a perder lo poco que uno tiene: la dignidad, la memoria, el hogar. Es una canción sobre el exilio, sobre Irlanda, sobre lo que ocurre cuando te arrancan las raíces.

 

La segunda cara del vinilo se abría con “Fiesta”, y ahí sí, la banda se desataba por completo. Una celebración desbordada, sarcástica y algo amarga, con referencias a España, que funcionaba como contrapunto perfecto a la solemnidad inicial. “Lullaby of London”, “Bottle of Smoke” y el resto del disco mantenían ese equilibrio imposible entre la tragedia y la juerga. Y, en medio de ese vendaval, una canción rompía con todo.

 

“Fairytale of New York” no es un villancico, aunque sea una canción navideña. O quizá sí, pero uno que no habla de nieve, buenos propósitos, amor, campanas ni redención fácil, sino de sueños rotos, de inmigrantes irlandeses en Nueva York, de promesas incumplidas, de amor que sobrevive a duras penas entre reproches, alcohol y cansancio.  La voz de Kirsty MacColl responde a Shane con dureza, ironía y compasión. Se insultan, se hieren, se dicen cosas imperdonables… y, sin embargo, al final queda algo. Un resto de amor. O de memoria. O de humanidad.

 

Ahí está la grandeza de The Pogues y de Shane MacGowan. En no edulcorar la miseria ni el amor. En entender que la Navidad, como la vida, no es feliz para todos, pero sigue siendo un momento en el que uno se permite mirar atrás, aunque sea para preguntarse en qué punto se torció todo. “Fairytale of New York” es una canción triste, brutal, bellísima y muy rockera, aunque no suene a rock.

 

La historia de The Pogues es también una historia de excesos, tensiones internas y rupturas. Shane MacGowan acabaría saliendo y entrando del grupo, víctima de su propia naturaleza autodestructiva, mientras la banda seguía adelante como podía.

 

Shane MacGowan murió en noviembre de 2023. En su funeral se cantó “Fairytale of New York”, porque esa canción resumía su manera de ver el amor, la derrota, la memoria y la vida misma. Y porque, pese a todos sus demonios, fue profundamente querido: por su gente, por sus compañeros, por otros músicos y por su público.

 

Hoy, cada vez que una canción de The Pogues suena en un pub, o en la esquina de una calle cualquiera de Dublin, se escucha también aquella pregunta lanzada al viento como una maldición y una plegaria: ¿y si perdiera la gracia de Dios?

 

En sus canciones no está la respuesta, pero mientras haya alguien que, entre risas y lágrimas, levante una copa y las cante, y encuentre en ellas consuelo, Shane MacGowan no puede haber perdido del todo esa Gracia.

 

Linkedin: Rafael García-Purriños

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