"Cuanto más conozco a los hombres..."
Cada diciembre se repite el mismo ritual impostado. Mensajes en cadena, sonrisas de compromiso, abrazos que duran lo que tarda en sonar un villancico de fondo y felicitaciones navideñas enviadas con la misma frialdad con la que se borra un contacto del móvil. La Navidad, convertida en trámite social, ha perdido en muchos casos su esencia para transformarse en una coreografía de cortesía obligatoria y afecto simulado. En general, se felicita porque “toca”, no porque se sienta. Se desea paz mientras se cultiva el rencor, se habla de familia mientras se vive de espaldas a ella y se invoca la bondad con la misma ligereza con la que se practica la indiferencia el resto del año.
No es casual que la célebre frase atribuida a Lord Byron —"Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro"— recobre actualidad precisamente en estas fechas. No es una exageración romántica ni una ocurrencia ingeniosa. Es una sentencia moral. Byron no huía del ser humano por misantropía, sino por decepción. Porque en el trato continuado con las personas descubrió la falsedad, la conveniencia y la traición envuelta en palabras amables. Y frente a eso, encontró en su perro una virtud cada vez más escasa entre los hombres: la coherencia entre lo que se es y lo que se muestra.
![[Img #11355]](https://elnuevodigitalmurcia.es/upload/images/12_2025/8716_perro.jpg)
Nuestro perro no nos felicita la Navidad. No nos envía mensajes prefabricados ni pronuncia buenos deseos aprendidos de memoria. Pero está ahí siempre. Sin calendarios, sin excusas y sin condiciones. Su afecto no depende del día, del humor ni de la utilidad que uno tenga para él. No simula interés ni finge cariño. No necesita fechas señaladas para demostrarnos lealtad ni momentos solemnes para ofrecernos consuelo. Cuando el perro se acerca, lo hace porque lo siente; cuando permanece, es porque es fiel. No hay doblez en su conducta ni cálculo intencionado en su entrega.
Frente a esta nobleza elemental, la conducta humana resulta a menudo desoladora y frustrante. Las felicitaciones navideñas --tan abundantes como huecas-- funcionan como perfectas coartadas morales: una forma de tranquilizar conciencias pero sin cambiar actitudes. Se desea “feliz Navidad” a quien se ha ignorado durante meses, se proclama amor universal mientras se practica el desprecio cotidiano y se invoca la fraternidad mientras se tolera la injusticia. Todo queda en palabras, en gestos breves y en promesas que caducan el siete de enero.
El perro, en cambio, no promete nada. Y por eso cumple todo. Su afecto no necesita adjetivos ni solemnidades. Es silencioso, constante y desinteresado. No juzga el éxito ni el fracaso, no nos abandona cuando deja de haber ventaja, no mide el valor del otro por su posición o utilidad. En una sociedad obsesionada con la apariencia, el perro ofrece una lección incómoda: la bondad auténtica no se proclama, se practica.
Tal vez por eso cada vez más personas encuentran en sus perros un refugio moral frente a la decepción humana. No porque los animales sustituyan a las personas, sino porque evidencian lo que estas han dejado de ser. La fidelidad, la gratitud y la lealtad no son valores complejos, pero sí exigentes. Requieren constancia, renuncia al ego y verdad. Virtudes que escasean cuando la vida se reduce a gestos vacíos y afectos de temporada, envueltos en papel brillante y frases gastadas.
Esta Navidad, quizá convendría menos felicitación automática y más silencio sincero. Menos palabras heredadas y más miradas que no mientan. Tal vez aprender de quienes no hablan pero permanecen, de quienes no prometen pero acompañan, de quienes no juzgan pero esperan. Porque mientras los hombres se desean felicidad como quien se despide, los perros la construyen cada día con una presencia humilde y constante. Y al final --cuando se apagan las luces, se guardan los adornos y vuelve la vida real-- quizá descubramos que el afecto verdadero nunca necesitó calendario. Solo lealtad.
(Este artículo está dedicado a mi perro 'Golfo' y a todos los que hacen que nuestra vida sea más agradable, feliz y sincera).
Linkedin: Pedro Manuel Hernández López



