Domingo, 28 de Diciembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNEuropeísmo español versus plutocracia Iiberal
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Rubén Darío Torres Kumbrián

Europeísmo español versus plutocracia Iiberal

 

Hay momentos en la historia —pocos, muy pocos— en los que un continente entero tiene que detenerse, respirar hondo y preguntarse sin rodeos: ¿Qué demonios estamos haciendo con lo que nos legaron?

 

Europa está precisamente ahí. No es un debate académico, ni una sobremesa geopolítica. Es una alarma. Y suena fuerte. Europa no puede seguir explicándose con lenguaje de reglamento técnico mientras sus enemigos hablan en insultos, memes y consignas. La democracia europea necesita voz, coraje… y cierta mala leche democrática cuando haga falta.

 

El silencio europeo es escandaloso silencio y Europa aún puede evitar el desastre. Pero tendrá que decidirlo ella misma, nosotros mismos.

 

Tras ochenta años de paz imperfecta y bienestar frágil pero real, nos encontramos rodeados por dos ancianos poderosos —Trump y Putin— que comparten un objetivo que nunca dirán en voz alta, pero ejecutan con precisión: debilitar a la Unión Europea hasta convertirla en un bazar geoestratégico sin voz propia.

 

La Democracia Liberal no es un Obstáculo Planetario

 

Lo inquietante no son ellos; siempre hubo líderes así. Lo inquietante es el séquito. Una plutocracia global —esa aristocracia del dinero que hoy se disfraza de tribuno del pueblo— que manipula emociones como quien negocia acciones. Los ves y recuerdas aquella frase de la Transición democrática española: “Hay gente que confunde democracia con un obstáculo.” Ahora lo hacen a escala planetaria.

 

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Pero, como recordaba Churchill, “Europa no caerá mientras haya hombres y mujeres dispuestos a defenderla”. Y si no somos nosotros, nadie vendrá a hacerlo en nuestro lugar. Ha llegado el momento de una verdadera llamada a filas: un levantamiento europeísta y democrático frente a la plutocracia iliberal que amenaza con vaciar nuestro futuro. Esa defensa empieza por algo esencial: reivindicar sin complejos nuestro legado civilizatorio y mantenerlo vivo en la memoria colectiva, día tras día.

 

Europa creó la ciudadanía moderna, el Estado social, los derechos humanos y ese delicado equilibrio entre poder y ley que evita que la fuerza se imponga al derecho. Y la Unión Europea —única organización supranacional del mundo con un acervo jurídico propio, competencias exclusivas y compartidas, políticas comunes, músculo presupuestario e instrumentos financieros capaces de generar cohesión económica, social y territorial tanto entre los países como dentro de cada uno de ellos— es la culminación política de ese legado. No existe nada parecido en el planeta.

 

Si Europa cae, no desaparecerá solo un territorio. Se desvanecerá la referencia moral del mundo libre. Y eso Trump, Putin y todos los suyos lo conocen mejor que nadie. Precisamente por eso nos atacan.

 

Europa nunca ha temido a quienes gritan. Al contrario: son los que gritan quienes temen a una Europa que piensa, que debate, que coopera, que decide. Trump y Putin pasarán. Sus fortunas, sus agitadores, sus ejércitos de trolls y sus prédicas terminarán relegados a un pie de página en los libros de historia.

 

Pero Europa —si así lo quiere— puede perdurar siglos. Solo necesita algo que siempre nos ha salvado en los momentos decisivos: confianza colectiva. Porque la auténtica llamada a filas del europeísmo democrático comienza exactamente ahí: en la reconstrucción de una confianza colectiva que —sin hipérboles— es el arma más decisiva contra la plutocracia iliberal. Una confianza que debemos proclamar con un rugido cuando haga falta y, al mismo tiempo, con la serenidad de quien sabe mirar por encima del horizonte. En una frase: “Europa no está hecha para el sometimiento. Ese lujo no nos lo podemos permitir.”

 

Plutócratas Globales Disfrazados de Defensores de la Gente Común

 

La ironía es tan grande que ofende. Los supuestos defensores de “la gente común” son multimillonarios de manual, operadores sin escrúpulos que ven la democracia como un trámite y las Constituciones como un adorno.

 

Ahí aparecen Steve Witkoff y Jared Kushner, alfiles centrales del trumpismo económico. No están solos. Forman parte de un ecosistema donde todo se subordina al beneficio privado, aunque para ello deban incendiar instituciones enteras.

 

Junto a ellos: Peter Thiel, financiando iliberalismos europeos con estética de Silicon Valley. Elon Musk, que mueve sus plataformas como si fuesen naves insignia de su propio Estado paralelo. El legado de Sheldon Adelson, que sigue alimentando extremismos políticos.

 

Su objetivo es simple: reemplazar la democracia liberal por una gerontocracia empresarial donde la ley se ajusta al inversor, no al ciudadano.

 

En la Rusia de Putin, la plutocracia es más basta, más directa, pero igual de peligrosa. Los Prigozhin, Sechin, Deripaska o Timchenko no financian guerras: viven de ellas. Para Putin la violencia es un instrumento. Para ellos, un negocio.

 

El Enemigo Interior o Quinta Columna Plutocrática

 

Europa también carga con sus propios plutócratas y con una cohorte de aspirantes a autócrata. Orbán y el círculo empresarial que drena los recursos del Estado húngaro son solo la superficie visible de un fenómeno más profundo. Las redes que importan ideas iliberales desde Moscú y Washington no son excentricidades marginales: operan como auténticas correas de transmisión, afinadas y constantes.

 

Se trata de un conglomerado heterogéneo y peligrosamente eficaz: excomunistas reconvertidos en caudillos, nacional-populistas profesionales, homófobos, machistas, xenófobos, antisistemas de manual, nacionalistas místicos periféricos con vocación de ruptura estatal e idiotas útiles que siempre encuentran incentivos generosos para sumarse al coro. Todos ellos participan, voluntaria o interesadamente, en el mismo empeño: desfigurar a la Unión Europea desde dentro, erosionarla pieza a pieza, hasta hacerla irreconocible.

 

Trump Proclama sin Filtro. Putin Ejecuta sin Temblor

 

El proyecto es transparente: desmantelar el Estado Social, Democrático de Derecho; fosilizar las Constituciones; reducir a la nada a la Unión Europea; empoderar a los populismos plutocráticos; y devolver al continente a una mendicidad diplomática donde 27 Estados negocian aislados y debilitados. Trump lo proclama sin filtro. Putin lo ejecuta sin temblor. Sus ideologías aparentan distancia, pero sus objetivos son exactamente los mismos: una Europa débil, dividida y silenciosa.

 

Durante demasiado tiempo, Europa cometió un error monumental: creer que la paz era un estado natural, que el Estado social era irreversible y que los valores democráticos eran universales por simple inercia histórica.

 

Mientras tanto, el dinero fue ocupando el espacio que antes ocupaban los principios. No ofrece salvación, sino impunidad. No promete eternidad, sino poder inmediato. Y esa mutación lo distorsiona todo: Constituciones reinterpretadas a conveniencia, jueces sometidos a presiones invisibles, debates públicos intoxicados y alianzas internacionales manipuladas como si fueran activos financieros.

 

Dinero es Dios, Ucrania es Botín, Guerra y Paz es Negocio

 

La plutocracia global no cree en patrias; cree en balances. Por eso es tan peligrosa. Ha convertido la guerra y la paz en dos fases del mismo negocio y, en esa contabilidad sin escrúpulos, Ucrania aparece como el botín más codiciado. Pero su ambición no termina ahí. Pretende ocupar incluso el lugar que durante siglos reservamos a la idea de Dios: el lugar de lo que da sentido, lo que ordena, lo que juzga.

 

Aspiran a que el dinero sustituya a lo sagrado, a Dios, a lo moral, a lo que limita el poder. Quieren convertir la impunidad en dogma y el beneficio en revelación. Pero ese proyecto está condenado al fracaso: porque lo divino —llámese misterio, conciencia, dignidad humana o ley moral— no puede ser reemplazado por ningún fondo de inversión. Dios, en la dimensión que importa a una civilización, es aquello que no pueden comprar, manipular ni corromper. Y ahí es donde ellos siempre terminan chocando con un límite que no comprenden.

 

Llamada a Filas al Europeísmo Español

 

Europa susurra mientras el mundo grita y camina de puntillas mientras la historia galopa, pero justamente por eso debe asumir que los vientos ya no soplan, azotan, que las placas tectónicas no se desplazan, crujen, y que el tiempo no avanza, embiste; Churchill habría reconocido este ruido previo a las decisiones que definen un siglo, y hoy Europa debe recordar lo que él sabía: que el precio de la grandez es la responsabilidad.

 

Esa responsabilidad, triple e inaplazable, pasa por forjar una defensa autónoma que impida que un líder extranjero —ya sea un Trump imprevisible, un Putin agresivo o sus herederos ideológicos— decida el destino de 450 millones de ciudadanos; por reconstruir soberanía industrial y tecnológica porque sin chips no hay autonomía, sin energía no hay estrategia y sin industria no hay defensa; y por crear una narrativa política capaz de inspirar en un tiempo donde nuestros adversarios operan con propaganda agresiva mientras Europa aún habla en lenguaje reglamentario.

 

Y lo más importante: tenemos las capacidades, el talento científico, industrial, militar, cultural y moral para hacerlo. Europa no es un espectador: es una potencia dormida. Solo necesita creérselo… y levantarse.

 

Churchill no solo estaría escandalizado por el silencio europeo: estaría impaciente, porque sabía que los pueblos pueden dormirse, pero también despertar de forma súbita y determinante, y conocía bien que cuando Europa despierta, cambia la historia. Por eso este no es un epílogo, sino una llamada a filas: no para la guerra, sino para la responsabilidad; no para el miedo, sino para la grandeza. Europa aún puede evitar el desastre, solo necesita recordar quién es… y levantarse.

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