Almacén de atrocidades profundas (carta a los Magos)
¿Qué seríamos sin el espíritu navideño? Ese ente misterioso que se comunica alegremente de casa en casa, de calle en calle, entre todos los lugares y lugareños. Tan inmenso espíritu lo ha anegado todo durante más de un mes (especialmente en los grandes centros comerciales). Hemos vuelto a ser felices por decreto, nos hemos deseado la paz los unos a los otros, a la vez que hemos decorado nuestras casas con afán, hemos comido y cenado sin tasa, bebido sin medida, brindado por la felicidad del incierto año que viene, brindado por todo y a la vez por nada. Tras el tercer brindis ya no se sabe bien por quién o qué se alza la copa. Y ahora, después de Nochevieja, vienen los Reyes, cargados y bien cargados.
Al mismo tiempo, nuestras ciudades han echado la casa pública por la ventana, han competido por ser las más iluminadas, las del árbol más alto, las del Nacimiento más gigantesco… A ver qué alcalde la tenía más larga y dura… la cara. Hemos vivido una Navidad emotiva, repleta de grandes momentos, inundada de estampas inolvidables, que permanecerán indelebles en nuestra retina. Derrochando en luces y ornamentos, lo que otros necesitan para comer.
No obstante, ha reinado la armonía en esta tierra de María. Como en Palestina o Ucrania o en el medio centenar de guerras distribuidas estratégicamente por el planeta, donde la del más fuerte es obligatoriamente la armonía de todos. Según el Índice de Paz Global, sufrimos 56 guerras activas, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial (Siria, Yemen, Sudán, Etiopía, Somalia, República Democrática del Congo, Burkina Faso, Nigeria, Myanmar…). Blancas Navidades, entre bombas y saqueos.
Y de repente, en nuestra santa España, hemos pasado de reconstruir el nacimiento del hijo de Dios en millones de hogares, de rememorar el día más grande de la Historia en aquel Portal de Belén, a descubrir nuestro humillante puente/portal de Badalona en la noche más aciaga. Sin que cambiara nada, este puente perfectamente podría haberse erigido en otros puntos de la geografía tanto nacional como europea, donde ya se predica un nuevo evangelio. Así, en nuestra memoria colectiva, se funden prósperos deseos, dulces empalagosos y reiterativos villancicos con la escalofriante Nochebuena de medio centenar de seres humanos, apilados como animales debajo de un monstruoso pesebre, que ha superado al de Alicante, donde su alcalde presumía de tener el mayor nacimiento de la Tierra.
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Hay quien asegura, con inmoderada desfachatez, que algunos se negaron a abandonarlo; tenían miedo. Tras lo vivido, ¿quién no lo hubiera tenido en su lugar? Se sienten más seguros bajo un puente que en manos de otros… Como sostiene el director de Cáritas de Barcelona, es un miedo a perder la vida que han empezado a forjar a duras penas: su trabajo (empleos muy precarios), sus relaciones (su única salvaguarda en un entorno que consideran hostil), sus escasas pertenencias, su propia identidad... Además, subirse a un vehículo sin saber adónde les van a conducir, siembra una terrorífica incertidumbre entre quienes sólo se tienen a sí mismos.
Pero no todos son tan cobardes; para alcalde valiente, de imponente talla, el de Badalona, la tercera ciudad de Cataluña. Gracias a su firmeza, esos 60 desalojados del antiguo y badalonés instituto B9 pasaron la Nochebuena a la intemperie durmiendo bajo el puente de la vergüenza, una imagen que ha dado la vuelta al mundo, y ha reavivado la tensión social en aquel municipio, e indignado a toda España. Sin embargo, desoyendo a su alcalde, vecinos solidarizados con su situación, desde el primer día, les han llevado comida, agua y mantas.
Paralelamente, la Generalitat, Cruz Roja, Cáritas, otras entidades sociales y badaloneses anónimos (tan anónimos como ejemplares) han logrado que más de 140 de las personas que pernoctaban bajo ese mefítico puente hayan sido reubicadas en otros locales. No obstante, del Instituto B9 habían sido expulsados 400 migrantes, ¿qué habrá sido de los demás? Muchos todavía vagan en paradero desconocido.
En duro contraste con la actitud solidaria de buena parte de la población, a algunos desahuciados no se les borra el recuerdo de ciertos ciudadanos, en actitud agresiva, bloqueando las puertas de la parroquia Mare de Déu de Montserrat con el propósito de evitar el realojo de una quincena de compañeros suyos. Cáritas y otras entidades se han enfrentado a dificultades de esta índole; no desfallecen, siguen buscando alternativas, aunque ya no las anuncian públicamente, ante el temor de que se produzcan episodios tan lamentables como los de la parroquia Mare de Déu.
De esta guisa, en Badalona, para gozo de su primer edil, han superado al pesebre de Alicante con creces, bajo el frío pertinaz de una Nochebuena acerba que clamaba al cielo, ante la soberbia de un alcalde, profundamente cristiano, muy popular y muy votado (más de un 57% de apoyos en las últimas elecciones). Ya el mismo 17 de diciembre, cuando los Mossos d’Esquadra efectuaron el desalojo, Albiol se jactaba de no querer gastar ni un euro en estos migrantes, y alardeaba del mayor desahucio de Cataluña, en medio del resplandor de la fastuosa iluminación navideña que no alumbraba a quienes no tenían (ni tienen) donde dormir. No engañaba a nadie, ya lo había dejado diáfanamente claro en su lema electoral: ‘Limpiando Badalona’.
¿De qué o de quienes? En Torre Pacheco, también salieron de limpieza, meses atrás, y se ensuciaron por dentro y por fuera; en otras zonas, también quieren sumarse a este movimiento ‘higiénico’, que se extiende como un reguero de pólvora; la radioactividad de la limpieza étnica se hace omnipresente cada vez más. Se declaran tan católicos que amar al prójimo como a sí mismos (pese a que ellos se aman desmedidamente) no figura en ninguno de sus renovados mandamientos.
El cementerio más profundo
A todo esto, se está preparando una ley para elegir en qué lugar de España se construirá el gran cementerio nuclear permanente; es decir, dónde se ubicará el almacén geológico profundo (AGP) que guardará los residuos radiactivos por siempre; nadie quiere que semejante magma amenace nuestro porvenir. Empero hay radioactividades más perniciosas que la nuclear. A la vista de tantos restos doctrinarios de remotos tiempos, que muestran toda su virulencia hoy, no estaría de más que se pensara o pensase en crear un almacén de atrocidades profundas (AAP), donde poder sepultar por los siglos de los siglos idearios tan nocivos como el del racismo y la xenofobia.
Se lo pido humildemente en mi carta a los Magos de Oriente. Este mundo necesita enterrar terribles vestigios que nos han conducido a cosificar a los humanos, y a matarnos como lobos. Sí, el hombre sigue siendo un lobo para su hermano; especialmente si la tonalidad de su tez agrede a su blancura, o si reza distinto, o piensa diferente. Esta maldición nos persigue desde los albores de la Historia.
A Baltasar me dirijo: Alta Majestad, tenga la bondad de concedernos un refugio donde enterrar sin dolor (y con toda alegría) las ideas más dañinas de las mentes aviesas que asolan el mundo. No pido que hagan imperar la mal llamada ‘cultura de la cancelación’; justamente todo lo contrario, frustremos todo tipo de linchamientos físicos e ideológicos; o que al menos, cumplan como cristianos, quienes así se proclaman.
He aquí el regalo más preciado para una sociedad desnortada: dar de comer al hambriento y de beber al sediento, compartir alimentos y agua, aunque también educar y luchar contra la injusticia que causa el hambre, y simultáneamente ofrecer una palabra de aliento, amistad o consuelo a quien lo necesite... Al prójimo como a ti mismo, sin distinción de razas ni creencias. ¿Buenismo o ingenuidad? Si no peco de candidez ahora, en vísperas de la Noche de Reyes, ¿cuándo podría hacerlo este pobrecito hablador?
Mas mucha magia ha de ser la tuya, Baltasar, para poder vencer las reticencias de aquellos que desprecian a los de tu color. Pues muchos rechazarán este presente por venir de tus negras manos; mucho más blancas, no obstante, que las que acechan a los que viven bajo un puente, en la noche oscura del alma.



