Jueves, 11 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
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Javier Medina Munuera

Siguiente, siguiente, siguiente...

 

Por un observador casual, la escena es familiar y, a veces, hasta reconfortante: niños y jóvenes, absortos en la luz de sus pantallas, silenciosos, deslizando sus dedos con la agilidad de un pianista. Pero bajo esta fachada de modernidad y destreza digital, se esconde una realidad que puede ser algo más sombría: la de una generación que confunde consumo con conocimiento y uso con comprensión.

 

Intentaré ser muy claro, aún a riesgo de equivocarme. La tecnología, la gran promesa de nuestro tiempo, se ha convertido en un electrodoméstico más. Un artículo de usar y tirar, diseñado para ser obsoleto y reemplazado por la siguiente oleada de innovación antes de que el usuario llegue a atisbar los entresijos de su funcionamiento. Ordenadores, tablets y smartphones, junto con su pléyade de aplicaciones y funciones, han sido reducidos a la misma categoría de un lavavajillas: herramientas cuyo propósito es ser usadas sin entender nada más sobre ellas.

 

Y aquí reside el peligro, el riesgo que como sociedad vamos asumiendo: criar analfabetos digitales. Nativos, sí, pero de una tierra que no saben labrar. Jóvenes, y quizá no tan jóvenes, que navegan por internet con la misma soltura con la que se pierden en sus calles virtuales, incapaces de leer mínimamente los códigos que construyen la tecnología que consumen. ¿Qué será de ellos cuando las herramientas exijan más que un simple toque? ¿Cómo se adaptarán a los desafíos de un mundo donde una comprensión de la tecnología es cada vez más crucial?

 

[Img #4881]

 

Es una cruel ironía. En nuestra búsqueda por simplificar, por hacer la tecnología un producto accesible a todos, creo que hemos creado una barrera invisible. Una barrera que separa, infranqueable, al usuario de la máquina. Y no lo separa por la complejidad de esta última, sino por una simplificación artificialmente impuesta. Hemos programado la ignorancia en los mismos interfaces y códigos que pretendían hacerla universal.

 

Vaya por delante que no soy un ludita que clama contra el progreso, ni un nostálgico que añora los días de los manuales de programación del Amstrad CPC. Pero sí soy un observador que se pregunta: ¿dónde quedó la informática? ¿Dónde la voluntad de entender, de desmontar y reconstruir, de aprender el funcionamiento de estas máquinas de propósito general?

 

Creo que este es uno de los grandes desafíos que nos plantea la tecnología concebida como un bien más de consumo. A mi entender no es suficiente con saber que el dispositivo funciona; igual que aprendemos a sumar aunque existan calculadoras, como sociedad deberíamos aspirar a que los usuarios entendieran, al menos en sus rudimentos básicos, el cómo y el por qué funciona. Deberíamos enseñar el valor de la informática.

 

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