De riadas y catástrofes
Las riadas han sido una constante en la historia de Murcia y con el paso de los siglos numerosas avenidas del Segura o del Guadalentín (llamado en la huerta 'Reguerón') han causado la desolación en la ciudad, pueblos, caseríos y en toda la huerta. Casi siempre, en muchos casos, se han conocido y han pasado a la historia por añadir a la riada el nombre del santo del día en la que se produjo como ocurre con dos de las más conocidas: la de San Calixto y Santa Teresa, pero ha habido otras igual de dañinas y destructoras lo que ocurre es que se han perdido en la memoria colectiva o bien, como es el caso, hay que recurrir a las actas capitulares o las del Concejo para conocer realmente lo que sucedió en aquellos años.
Encontramos referencia de una gran avenida del Segura, de la que poco se sabe y que ocurrió en 1788. Acaecida un sábado quince de noviembre día de San Alberto Magno fue igual o peor incluso que las citadas anteriormente. Esta riada catastrófica recibe el nombre de 'San Alberto'. Sus desastrosas consecuencias las hemos encontrado en un acta del Concejo: “Habiendo estado nueve meses sin llover y no haber cosecha de granos y demás, todos los campos por falta de agua, en este día de San Alberto Magno, vino una nube, a las tres de la tarde, y fue a descargar en el campo de La Matanza, Molina, Mula y Alcantarilla la cual hizo bastante daño en Ceutí. Cayó muchísima piedra y por partes hubo una vara, estando sin deshacerse alguna de ella tres días. Se perdió toda la huerta, llegó el agua al altar mayor de la catedral de Santa María y Don Juan Prior salió a caballo con el Santísimo para salvarlo. En Sangonera se salió el agua y llegó a su ermita, entrando diez palmos, se llevó el molino de Don Sebastián Caballero. En Alguazas llegó el agua del riacho al entrar del lugar causando grandes destrozos y llevándose las barracas. Santomera y el rio Segura se juntaron arrasando toda la huerta hasta Orihuela. Desconocemos el número exacto de muertos producido por tan desoladora riada ya que muchas personas que vivían en la huerta fueron arrastradas por las aguas y sus cuerpos desaparecieron”.
Pero si la tragedia de la riada arrasó, la ciudad y la huerta en aquel mes de noviembre, unos meses más tarde de nuevo la muerte, desolación, hambre y miseria se volverían a cebar con el viejo reino murciano sumiendo a numerosos pueblos y localidades en el desastre más absoluto.
En el mes de mayo de mil setecientos setenta y nueve, apenas seis meses después de la riada de San Alberto y cuando aún, la población, no se había recuperado de la mortal riada sufrió Murcia una serie de catástrofes que trajeron la ruina y la destrucción a la ciudad, el campo y la huerta. Las catástrofes se cebaron con el viejo Reino de Murcia. Terremotos, epidemias y plagas estuvieron a punto de acabar con la resistencia de los murcianos pues aún no se habían recuperado de una cosa cuando, a los pocos días, venían otras que sumieron a la población en un permanente estado de abatimiento.
Fueron numerosas las celebraciones religiosas que se llevaron a cabo en todas las iglesias, ermitas y conventos buscando la protección divina. Un acta de aquellos días, resumida por un escribano anónimo, da cuenta de lo que fue aquel trágico mes. “En este mes y tras los terremotos que asustaron a la población causando la huida de muchos de ellos, fue la epidemia de los tabardillos en la villa de Alcantarilla y a una legua alrededor. Determinó la ciudad enviar a los médicos a dicha Villa para ver en que disposición se hallaba la epidemia de peste, acordonar o aislar a la Villa si fuera menester y para ver si se encontraba remedio en aquella plaga que causo la alarma en todas las poblaciones de alrededor. Este mismo mes en el Campo de Cartagena, hubo una gran plaga de unos pájaros como gorriones, de pico negro, cabeza encarnada y las alas y demás cuerpo pardo oscuro. Se subían a los árboles, hacían nidos, ponían huevos, sacaban los pollos y volaban y eran tantos que destruían los sembrados en veinticuatro horas. Estos pájaros del campo se vinieron a la huerta de Murcia destruyéndola en gran medida. Por orden de los Justicias salían las gentes a matarlos. Anidaban en los troncos de las oliveras y los derribaron dejando los árboles limpios de nidos y huevos, pero a las dos horas los hallaban otra vez llenos. También arrasaron los dichos pájaros toda la huerta de Totana. En numerosas poblaciones se celebraron misas y procesiones de rogativas para acabar con todos estos desastres. Estas plagas que arrasaron campos y huertas acabaron con las cosechas produciendo una gran hambruna en la población que no tenía alimentos y que provocaban el descontento entre los hambrientos llevándolos al saqueo, el robo y a la violencia desatada”.
Desde noviembre de 1778 y hasta bien entrado el año 1780, más de dieciocho meses, el viejo Reino de Murcia vivió en permanente estado de alarma pues las desgracias se cebaron con nuestros antepasados y el hambre, la desolación, la ruina, la destrucción e incluso la muerte estuvieron muy presentes en el día a día de aquel lejano siglo XVIII.