La esperanza en la ausencia
Después del desconcierto vamos atravesando espacios como nubes inquietas que vagan sin encontrar sus sueños. Acogiéndose a unos pliegues de otra vida desconocida, siempre dispuestos como una distinguida fila perfecta, en silencio. Escondidos en un inmenso espacio que el viento va disipando, como un llanto, como una pátina de dolor que afortunadamente se aleja. Ahora surge la esperanza en la ausencia, con el indescriptible dolor de la pérdida. Ya no se sienten las palabras de consuelo, solo el silencio de la vida. Hay que empezar de nuevo a vivir, a sentir el día y sus malditas noches.
De golpe surge el duelo, eclipsando misteriosamente su indignación.
Con invisibles gestos sosegados ahora, como una amenaza inmóvil repleta de fantasmas que quieren surcar de nuevo nuestras calles. Son sombras bajo el diluvio. Vamos llenando el vacío del fango, desvanecido por un sudario repleto de desaparecidos, ahogando sus gritos que se funden en la misma tierra.
Atormentados y errantes, renacen de nuevo como una crisálida que abandona su nicho para volar. Luchando contra la desolación y el miedo, resurgen solidarios compañeros que, entre cenizas y cañas, completan esta imagen dantesca en un impulso de dignidad en el que todos han perdido.
El tiempo todo lo difumina, se vive el momento y se va borrando esa imagen en la memoria. Con una sonrisa de pena en los labios, sin sombras que la oculten, se vuelve inquieta y generosa, ahora privada de esa compañía.
Con cierta melancolía guardamos la luz de esa lluvia que brilla en nuestra oscuridad, e inalterablemente frecuentamos los recodos de la memoria sin una lágrima, zozobrados todavía por la tormenta. Solo el deseo murmurado del silencio nos acompaña. Indiferente a la realidad, se va desvaneciendo y poco a poco la tenue vida renace sin prisa, con fuerza, indolente.
No nos podemos demorar demasiado. Sin sorpresa, sus presencias se propagan en el aroma de la humedad, que nos asalta ya sin nostalgia y nos envuelve en un abrazo de despedida.
En nuestro interior solitario solo quedan espíritus que nos asombran acompañándonos, nos alivian con su aliento. Despacio, en calma, nos susurran reflejos de un crepúsculo desconocido pero intenso, azulado y vibrante.
Un vértigo nos invade al atardecer con aromas de cambio, cálido y misterioso, pero que nos llenan de pensamientos positivos.