Elvis y el Gospel: el alma del Rey
Cuando se quitaba la capa de Lamé, abandonaba el edificio tras el concierto, y se dispersaban los fans, Elvis se refugiaba en el gospel, con el que siempre tuvo un vínculo profundo. No era uno más de los géneros que practicaba, era el alma que definía su identidad artística y espiritual.
En su barrio, en Memphis, en la zona de Lauderdale Courts, además de acudir con su madre a la iglesia Pentecostal, Elvis solía acudir a las cercanas iglesias afroamericanas para poder escuchar los himnos, a menudo asomándose en silencio.
La emoción que le provocaban esos cánticos, la energía y el alma que le transmitían lo marcaron para siempre. De ellos aprendió como sentir cada palabra, a jugar con los silencios, a construir esa intensidad emocional que iba de la ternura y la delicadeza hasta el estallido y la explosión pasional. Todos los elementos que le convierten en un intérprete único.
Cuando cantaba rock, como en “Heartbreak Hotel”, había un fondo de lamento espiritual; cuando cantaba baladas como “Can’t Help Falling in Love” o “Are You Lonesome Tonight?”, su voz se deslizaba con una suavidad y una emoción contenida que había aprendido de los himnos religiosos.
Esta relación con la música negra también influyó profundamente en su visión del mundo. Elvis nunca ocultó su admiración por los músicos afroamericanos. Adoraba a artistas como Mahalia Jackson, Sister Rosetta Tharpe y especialmente a grupos de gospel como The Golden Gate Quartet.
Esa cercanía, vivida desde la infancia, lo llevó a rechazar abiertamente el racismo. Nunca fue propiamente un activista político, pero en su vida cotidiana y en su forma de vivir la música, mostró un compromiso natural con la integración. Grabó canciones compuestas por músicos de color, compartió escenario con ellos y defendió su talento cuando otros intentaban minimizarlo. Y, además, siempre se aseguró de acreditar a los autores originales y de que se pagaran los royalties correspondientes. Tenía un respeto absoluto por esa música, por sus creadores, y por el dolor, la esperanza y la verdad que contenía.
A lo largo de su carrera grabó tres discos completos de gospel: “His Hand in Mine”, “How Great Thou Art” y “He Touched Me”. No era una estrategia comercial, era necesidad vital. Dedicaba a estos himnos, además, una parte de sus conciertos.
De las 14 nominaciones a premios Grammy que recibió a lo largo de su carrera, ganó 3, todos ellos por sus grabaciones de himnos espirituales. Además de uno honorífico por el total de su aportación a la música popular.
En los momentos más difíciles de su vida -durante las giras, en los camerinos, en la soledad del hotel- se refugiaba en el gospel. Muchas noches, después del show, reunía a sus músicos, amigos y coristas en sesiones íntimas que se extendían hasta la madrugada, solo para cantar himnos. No buscaba perfección técnica, solo consuelo. Usaba esas canciones también como calentamiento vocal antes de los conciertos, y como forma de centrarse, de prepararse espiritualmente.
En esas sesiones, y también en sus grabaciones de estudio, Elvis estuvo siempre arropado por grupos vocales excepcionales. Los Jordanaires fueron quizás los más emblemáticos. Más tarde, trabajó también con The Imperials y The Stamps Quartet, agrupaciones con una raíz más profunda en el gospel sureño. Esos acompañamientos vocales eran parte esencial del sonido que Elvis buscaba: un tejido emocional que envolvía su interpretación. Elvis no solo cantaba con ellos. Se mezclaba, se fundía, lideraba y se dejaba llevar.
Esta devoción por el gospel no siempre fue pacífica. El coronel Tom Parker, su mánager, no lo consideraba rentable ni estratégico. A menudo intentó disuadirlo de dedicarle tanto tiempo y esfuerzo. Aunque dependía mucho de Parker, Elvis nunca dejó que le impidiera grabar ni cantar gospel. En esto siempre fue inflexible. Sabía que esas canciones, aunque no fueran éxitos de ventas como sus sencillos pop o sus temas más rockeros, eran las que mantenían su alma en pie.
En sus últimos conciertos, donde su energía ya no era la de antes, recuperaba toda su fuerza al interpretar canciones como “How Great Thou Art”. Era capaz de poner al público en pie por la maravilla que era ver no al mito, sino al hombre dejando todo lo que le quedaba en una canción que hablaba del alma.
Ese era el verdadero Elvis. No el de los trajes brillantes y las películas horteras, sino el chico de Memphis que, en medio de la tormenta de la fama, cerraba los ojos y cantaba como si estuviera otra vez en la iglesia, con su madre al lado, soñando con ganar algo más que este mundo.
Si hay una canción perfecta para esta época del año, esa es “If That Isn’t Love”. En ella no canta la estrella del rock, sino el creyente, con una interpretación que transmite el asombro ante un amor divino que no entiende de límites. La forma en que su voz crece en el estribillo, acompañada por los coros que van abriéndose como alas, es uno de los momentos más sublimes de su carrera. No es solo técnica, es fe convertida en música.
El que canta, ya se sabe, reza dos veces.
Linkedin: Rafael García-Purriños