Lunes, 08 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNSemáforos y escuchas
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María Belén Albaladejo

Semáforos y escuchas

 

Totó y yo tendemos a respetar los colores de los semáforos en nuestros cruces de calles por la ciudad.  Si está amarillo o parpadea el verde, emprendemos una carrera olímpica; si está verde, pasamos con glamour, sin prisas; si está rojo, nos “petrificamos” al borde de la acera en posición de preparados, listos… Y, es aquí donde un día  de estos, nos van a partir la cara, por lo menos a mí. El pobre perro no tiene culpa de que yo sea una cotilla y que me quede absorta mirando y escuchando con descaro a nuestros compañeros de 'línea de salida'.

 

Esas escuchas impertinentes me llenan de historias maravillosas, me sostienen a la vida, me permiten dar rienda suelta a estos desvaríos.

 

¿Cómo es posible que en varios pasos de peatones con sus preciosos semáforos oiga la misma frase y signifique en uno una cosa, en otro exactamente lo contrario, y en el tercero una mezcla?

 

Pensemos en la frase: 'Vamos a ver'.

 

Sin más, sin aspaviento tonal, sin emoción dramática. A mí así me resulta una frase esperanzadora, nada crítica, paciente, a ver cómo se dan las cosas y ya decidiremos.

 

Desde la serenidad. Con una total asunción de que no podemos saber cómo los astros se van a alinear, que los ojos abiertos, los oídos atentos y las manos dispuestas están para el momento y no antes. Deja claro que las prisas no son buenas y una puerta abierta a la resolución del percance, en el caso de que se produzca. Intenta calmar al que ha planteado la duda, anticipado un problema de momento inexistente  y resuelto, normalmente, tirando de mal fario.

 

No siempre se obtiene el resultado positivo de calmar al otro, pero la frase está “lanzada” con esa intención.

 

[Img #8706]

 

Me explico: un chico en la acera esperando el verde en el semáforo, le plantea a su compañera la duda de si habrá mucha cola cuando lleguen al sitio adonde van. La chica dice: “No sé”. Él responde hiperventilando: “Seguro que sí,  entonces tendremos que esperar, no sé para qué dan cita previa si cuando llegas aquello está imposible y siempre igual, y ya vamos a ir tarde al cine. Mejor ya ni lo intentamos, y entonces ¿qué hacemos?, yo no tengo gana de recogerme, aunque con el cabreo que estoy cogiendo con lo que vamos  a tener que esperar, casi prefiero irme a casa”. La chica, en tono dulce, deja caer: “Vamos a ver”… Suenan violines.

 

Me quedo mirando con absoluto descaro, no sé si abrazarla o ponerle un monumento por el temple mostrado y la puerta a la bonhomía que acaba de abrir con tan pocas palabras. El chico sonríe, ha frenado el malévolo  futuro imaginado. Cruzamos juntos.

 

Totó y yo continuamos un par de calles, otro semáforo rojo nos frena.

 

Casualidad, misma frase.  Escenario distinto.

 

Vamos a ponerle tono  dramático.  A dejarla caer con acritud. Si la escribimos, sería como ponerle un signo de exclamación mezclado con uno de interrogación.  Hablando fuerte, con amenaza, arrastrando las letras y subiendo las manos al rostro del que escucha. A mí así me resulta irascible, soberbia, crítica, nada empática e, incluso, insultante.

 

Me explico: Una chica, a la espera del verde, le pregunta al señor que la acompaña: “¿Mañana a la playa? Yo prefiero quedarme”. Surge el gesto contrariado en el señor, el aspaviento desaforado y la frase: “Vamos a ver” Suenan tambores de guerra.

 

Me quedo mirando con absoluto descaro a la espera de la respuesta. No la hay. Es el hombre el que repite la frase, esta vez acompañada de un “Pero”. Viste de poder la expresión. Pasar del “vamos a ver” al “Pero (inhalación- exhalación), vamos a ver” le da una fuerza a la frase que quien la recibe se encoge casi hasta besar el suelo.

 

Semáforo en verde. Juntos cruzamos y no anticipo futuro, pero intuyo, que la chica, mañana, va a la playa.

 

El destino nos pone de nuevo frente a esta frase un par de calles más allá.

 

Modifiquemos el tono a cansado, la expresión no verbal de hombros un poco caídos, vencidos, acompañado de  un suspiro profundo. A mí así me suena a “cómo me las maravillaría yo para no tener que repetir lo que es obvio” o a “Señor mío, dame paciencia”; representa hartazgo, cansancio, ganas de dar media vuelta y que sea lo que tenga que ser.

 

Es sentir en la piel la historia de la linde y el tonto.

 

Me explico: Una policía local, bolígrafo en mano escuchando los “argumentos” del chico en patinete, sin casco,  que driblaba por la acera a los peatones. Multa. El chico no acepta la sanción y suelta por su boca de todo en bucle. La policía levanta la cabeza, baja los brazos y expresa: “Vamos a ver”… Suena un réquiem.

 

Cállate, muchacho. Cuando las cosas no son como queremos; escuchamos lo que no nos gusta; el universo no gira a la velocidad que nos apetece; repetimos y repetimos con la intención de cansar al otro para llevarnos el gato al agua y nos negamos a aceptar las consecuencias de nuestros actos,  lo normal es recibir un  “vamos a ver” desesperado, sumamente triste.

 

En fin… Vamos a ver cómo sigue esto de vivir.

 

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