La causa de la enfermedad cardiovascular
Cómo deje apuntado en mi anterior colaboración: la enfermedad o falta de salud, tiene un evidente coste económico (individual y colectivo); las patologías cardiovasculares constituyen la principal causa de mortalidad (uno de cada tres individuos fallece por este motivo); y en nuestro país, representa la quinta causa de baja laboral, solo por detrás de la lumbalgia, la depresión y los trastornos músculo-esqueléticos.
Vivimos, pues, una epidemia global de este conjunto de enfermedades que, además, no cesa de aumentar, pese a la intervención médico-farmacéutica.
Debemos poner por tanto el foco en la causa, para poder prevenir y curar.
Conviene saber antes de ello, que el abuso nutricional al que hemos expuesto nuestra maquinaria biológica, junto a innumerables toxinas industriales que absorbemos y la falta de movimiento, son causa de todas las patologías degenerativas de la civilización contemporánea. Estos tres escenarios, generan estragos en un organismo, cuyo diseño está acostumbrado desde hace muchos años a la restricción calórica, al ejercicio y al consumo de alimentos frescos sin contaminantes externos; porque así fue forjado, en el transcurso de la evolución, bajo inmensas presiones ambientales.
Concretamente, en la enfermedad cardiovascular (con sus complejos mecanismos y numerosas manifestaciones clínicas,) hay que destacar el momento cero en el que surge la patología, que es, la inflamación crónica mantenida en el tiempo sobre el endotelio vascular.
Esta inflamación es la causante de un proceso conocido como disfunción endotelial.
El endotelio, es un conjunto de células que recubren los vasos sanguíneos, cuya función no es meramente pasiva (función barrera), sino que, además, se encarga de formar nuevos vasos, mantener un equilibrio en la coagulación de la sangre, detectar y regular el tono vascular y reparar los daños que se originen en la estructura.
Los daños directos en el endotelio, causan una pérdida de funcionalidad, y por ende todo tipo de manifestaciones cardiovasculares, las cuales conducen a la mortalidad.
Por eso es destacable un dato: la mitad de los infartos suceden en personas con niveles normales de colesterol, por lo que muchas veces no es una cuestión de cómo de estrecha está la arteria (ateroesclerosis) sino de qué pasa con esa arteria (aterotrombosis).
Múltiples situaciones generan daño e inflamación endotelial. Por simplificarlo, las podríamos dividir en dos grandes grupos: causas congénito-estructurales y causas metabólicas.
Las primeras se fundamentan en la incapacidad que tiene el cuerpo de reparar las agresiones que generan micro fisuras en los vasos, con la calidad y velocidad adecuada. Por un lado, la elastina que forma el endotelio, tiene baja tasa de recambio y por otro, la producción de colágeno como elemento reparador del daño, es deficitario en el ser humano, debido a la presencia de anascorbemia congénita. Que es nada más y nada menos que la incapacidad de producir vitamina C debido a una mutación genética que desarrollaron los primates hace miles de años.
La vitamina C interviene en el proceso final de formación del colágeno (proteína mayoritaria e indispensable del organismo). Si no obtenemos suficiente cantidad de la dieta, el organismo pone en marcha un mecanismo evolutivo para evitar la muerte por hemorragia interna y, con ello, salvar la vida del individuo, que consiste en taponar esa herida con colesterol, plaquetas y calcio, como si de un albañil se tratara, produciendo un vaso más débil, duro y vulnerable. Esta calcificación y taponamiento progresivo produce hipertensión y desprendimiento del depósito graso, que a su vez genera ictus e infartos. Las enfermedades genéticas que producen la ausencia de una proteína clave en el equilibrio endotelial, también se agruparían en este primer grupo de causas.
En cuanto a las causas metabólicas, la inflamación, es generada en este caso por la incapacidad de realizar una respiración celular adecuada (para quien no lo sepa, no respiramos por los pulmones sino por las células). Bien sea por la senescencia celular o bien sea por el estilo de vida. Por ejemplo, si la alimentación no es adecuada y no disponemos de todos los nutrientes y cofactores para que cada célula pueda producir energía suficiente, éstas se enferman, y desencadenan reacciones para compensar esa falta de producción de energía.
Una de esas reacciones es la hipertensión, ya que si lo pensamos bien es la respuesta compensatoria del organismo para solucionar ese problema: llevar más nutrientes y oxígeno a la célula, para que esta pueda seguir viva y hacer funciones vitales. De hecho, todo clínico experimentado sabe que los pacientes mayores requieren una tensión arterial más alta para mantener niveles óptimos de oxígeno en órganos críticos como el riñón el corazón y el cerebro (fruto de la senescencia celular). Otro buen ejemplo de este mecanismo defensivo pero mortal, se puede ver en la eclampsia del embarazo.
Llevar nuestra actividad cotidiana no sincronizada con las horas de luz natural (disrupción circadiana), no realizar ejercicio físico suficiente, tener en la sangre elementos extraños ambientales o tóxicos con capacidad de producir trombos, y generar hiperglucemias por exceso consumo de carbohidratos, provoca: estrés mecánico sostenido en las arterias produciendo micro fisuras, desregulación de los sistemas hormonales y nerviosos (que mantienen la tensión y la frecuencia cardiaca en niveles normales), y la caramelización de ciertas proteínas endoteliales (que terminan por destruir el tejido conectivo del vaso), generando un coctel final crítico, con un fatal desenlace.
En resumen, para entender bien el enfoque sobre el origen de las patologías cardiovasculares debemos tener presente el denominador común de las mismas. Atacando la causa de la inflamación, podemos modular y corregir tanto la aparición como la reversión o mejoría una vez instaurada, y dejar que sea esta la principal causa de muerte en el mundo.