El valor de la vida
Hace unos días leí un post del diario ABC donde se informaba que el Papa no podía leer la homilía del Domingo de Ramos por problemas de salud.
Lo que más me sorprendió no fue la noticia sino los comentarios a la misma. Me sobresaltaron, porque con independencia de si el protagonista de la noticia es o no del agrado de cada uno, muchas de las menciones iban encaminadas a expresar los deseos, reales o no, de que se fuera con “Dios” cuanto antes. Los comentarios venían desde todas las opciones de pensamiento, unos los justificaban por ser un Papa de izquierdas y otros simplemente por representar a la Iglesia.
Recuerdo que tras terminar de leerlos me quedé pensativo porque comprobé una vez más, cómo la vida humana va perdiendo peso en nuestra sociedad.
El valor de la vida humana se viene erosionando casi sin querer desde que se perdió otro gran valor presente hasta hace unas décadas: el respeto.
No es difícil oír gritos de muerte en manifestaciones políticas, partidos de fútbol, o riñas de cualquier tipo, incluidas las de hijos con padres.
Estamos en una época de exaltación de cualquier vida (lo que me parece bien) menos de la humana (lo que no me parece tan bien). Parece que la preocupación por las vidas humanas que se pierden, por ejemplo en África, es una inquietud caduca y que ahora lo que se lleva es más la angustia por el bienestar de una gallina.
Sin duda, no es de extrañar que en estos tiempos haya personas que, sin empacho, admitan tranquilamente que salvarían antes a un animal que a una persona.
La descomposición de Occidente trae consigo la destrucción de sus valores (o quizá sea al revés) porque si algo ha caracterizado a nuestra civilización ha sido sin duda el poner en el centro al ser humano.
Jesús fue el primero (al menos que yo sepa) que dio valor a la vida humana por sí misma, sin importar lo que cada uno hiciera con la suya. Para Él valía igual la vida de una prostituta que la de un rey y en torno a esta idea se ha forjado la civilización occidental que ha llegado hasta nuestros días. Hasta Jesús la vida de un perro valía lo mismo que la de un hombre…
La mayoría de religiones, con sus matices, también han reconocido el valor de la vida humana como señala la carta del rabino jefe de Jerusalén al Papa Pío XII en 1945 con ocasión del Holocausto judío, donde tras agradecer el apoyo del Papa a la causa judía, el rabino escribe “... los eternos principios de la religión forman la base misma de la verdadera civilización".
También pensadores como Inmanuel Kant han valorado la vida humana por encima de cualquier otra, justificando su supremacía en la propia evolución natural ya que la misma ha dotado al hombre de un desarrollo cognitivo mayor que cualquier otra especie, lo que hace que su vida en sí misma considerada sea más evolucionada y por tanto superior a la del resto de especies.
Poner en el centro la vida humana no implica el desprecio por el resto de vidas que nos acompañan en este viaje, muy al contrario, hacer el bien también incluye al resto de seres del universo y a la propia naturaleza en sí misma considerada.
Todos queremos a nuestras mascotas porque dan sin pedir nada a cambio y así es muy fácil amarlas, por contra, nuestros semejantes obran bien o mal, a favor o encontra nuestra, pero ahí precisamente se encuentra la diferencia, en que el animal no puede elegir, mientras que otra persona, al igual que nosotros, sí que elige continuamente. La libertad ya nos enseña la diferencia entre ambas vidas.
Lo cierto es que aunque sea por una cuestión meramente práctica el ser humano debe valorar la vida y respetarla incluso en sus manifestaciones más iracundas porque sin respeto a la vida humana vendría el abuso, el caos y por supuesto el colapso de cualquier sociedad avanzada.
Más allá de cualquier argumentación, quizá todo sea más sencillo; probablemente baste con ser sinceros con nosotros mismos y escuchar lo que nos tenga que decir nuestra voz interior, ya provenga de la reflexión, de la religión o simplemente de un impulso natural oculto en las mismas entrañas de la naturaleza humana.