La primavera de Sánchez
Cuando empiezo a escribir esto han pasado veinticuatro horas exactas de la carta que Pedro Sánchez nos ha dirigido a todos, y cada uno de los españoles, y cincuenta años de la revolución más poética de todas las que han existido: la de los claveles. Decía un profesor mío que ya no se suicida ningún revolucionario en primavera. Quizás porque ya no los haya. Tampoco los echo de menos, personalmente. Soy consciente de que he echado mano de una de las palabras más tabú de nuestra cultura, el suicidio. Sigue siendo ilustrativo el trabajo que le dedicó el filósofo, sociólogo y pedagogo francés Émile Durkheim, autor a caballo entre el XIX y el XX, con el escueto y lapidario título El Suicidio (1897) uno de los textos con los que introdujo el método científico en las Ciencias Sociales.
Se han dicho muchas cosas en estas veinticuatro horas del bombazo que ha conseguido lanzar Sánchez, con el que ha dado en toda la línea de flotación de la sociedad española. Comparto mucho de las opiniones vertidas sobre el asunto en todos los medios de comunicación. Todos aciertan en todo o en parte, para gustos los colores y sobre gustos está todo lo escrito. Pero yo lo veo de otra manera y, por supuesto, no me atrevo a caer en la osadía de hacer pronósticos sobre lo que vaya a ocurrir a partir del plazo que él mismo se ha puesto en la misiva que nos ha dirigido a los ciudadanos. Se dice que su propio gobierno se enteró como cualquier españolito y sin consulta ni previo aviso. No lo sé ni tampoco me quita el sueño. Es cierto que hace algo menos de un año, tras las elecciones locales y autonómicas, allá donde las hubo, nos sorprendió con otra decisión más que llamativa, el anticipo de elecciones generales y la consiguiente convocatoria a las urnas, pero entonces sí que lo hizo con la consulta y respaldo de sus más allegados. Esta primavera no ha sido así. Las cartas de un suicida siempre se escriben en primera persona del singular. Es parte del protocolo de esta triste y trágica decisión personal. Es un órdago fruto de la amargura extrema, del narcisismo más cruel donde la autodestrucción es el precio a pagar. ¿Cuántos de los que toman esa radical decisión no han soñado con ver el impacto que ha causado su actitud? ¿cuántos no han deseado ver la desolación que creen dejar?
Sánchez, una vez más se ha superado, podrá perpetuarse más allá de sí mismo. Será testigo del impacto de su propia inmolación y verá por un agujerillo a sus propias plañideras. Del rechinar de dientes de sus enemigos; señalar con el dedo a los Judas, si los hubiere, que le hayan podido vender, y pujar por sus propias prendas cuando se las jueguen a los dados. No será al tercer día, sino al quinto cuando vuelva a la vida en olor de multitudes. El Gran Simulador nos habrá sorprendido a propios y ajenos una vez más y, de sus cenizas remontará el vuelo más fuerte que nunca. O eso creo que cree, porque no me atrevo a hacer otro tipo de cábalas. Únicamente me atrevo a expresar una inquietud que espero despejar la primavera del año que viene: ¿Con qué nos sorprenderá? ¿qué conejo sacará de la chistera? Perdonen que me tome esto como merece el asunto. O sea, con el humor que merece, sino fuera por lo mucho que nos va en ello. De cualquier forma, y echando mano del autor de Hamlet, siempre será mayor el ruido que las nueces.