Miércoles, 10 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNPioneros de la televisión en Murcia
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Gabriel Vivancos

Pioneros de la televisión en Murcia

 

La historia que voy a contar es una que se ha transmitido por tradición oral, es decir, de padres a hijos, en este caso de mi padre a mí y yo a su vez a los míos. Quizá tenga alguna imprecisión, por lo que pido disculpas de antemano, aunque, puedo aseguraros que he tratado de recomponer la historia fielmente con mi memoria con la de mi madre, la de mi hermano y algunos documentos que internet ha puesto a mi servicio. Es una lástima, que mi padre, uno de los protagonistas de la hazaña ya no esté aquí para dar testimonio de primera mano. Pero, como dirían los toreros: ¡Va por ti, papá!

 

Resulta que algo que ya tenemos tan interiorizado como de toda la vida, como es la televisión, fue inaugurada en España con la emisión, el 28 de octubre de 1956 a las diez y media de la noche de la Santa Misa presidida por una imagen de Santa Clara, convertida desde aquel día en la patrona del invento.

 

Sin embargo, Murcia tuvo que esperar hasta la noche del 26 de julio de 1962 para poder ver el primer telediario, momento en que el repetidor Aitana, ubicado en la sierra del mismo nombre (cerca de Benidorm) a 1.520 metros de altura comenzó a emitir.   

 

Fue en ese momento cuando, por fin, algunos privilegiados murcianos (los que tenían receptor) pudieron ver la pequeña pantalla.

 

Sin embargo, un año antes, tres personas lograron con éxito sintonizar la señal desde el Morrón de Espuña.

 

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Con permiso de d. Francisco Meroño García, propietario de un establecimiento de radios en la calle Trapería quién según relatan, tras la instalación de una antena especial pudo ver la retransmisión en 1958, los primeros murcianos que vieron la televisión por primera vez fueron: d. Rafael Hostench, y mi padre d. José Vivancos, acompañados del gran amigo de mi padre y profesor granadino d. Plácido Reyes quien en 1958 había tratado, sin éxito, de instalar una antena receptora en el Veleta con la intención de que Granada fuera la primera ciudad de Andalucía en disfrutar el invento.

 

La historia se desarrolló como sigue: Era un día cualquiera de 1961, comenzó muy temprano, en una casa de  Rafael Hostench situada en el paraje de Santa Leocadia, en plena Sierra Espuña, allí los tres aventureros tomaban un copioso desayuno antes del amanecer. Sabían que el día iba a ser muy largo. Arrimados a la tronquera calentaban sus cuerpos antes de enfrentarse a los rigores del clima de la sierra.

 

Como el camino de subida al morrón de Espuña aún no estaba practicable para vehículos, nuestros protagonistas habían preparado unos burros cargados con todos los instrumentos que necesitaban para cumplir su objetivo: sintonizar el telediario de las 15:00 horas.

 

El ascenso fue lento, con vientos gélidos que amenazaban el ánimo de los aventureros. Por fín y tras más de cuatro horas de caminata coronaron el morrón de Espuña (en el que todavía no se habían instalado los militares con sus radares).

 

Era el momento de comenzar la instalación de las antenas receptoras. El profesor Plácido, ayudado por sus amigos, comenzó con el montaje. Todos temían haber olvidado algo que les impidiera terminar su objetivo y que desencadenara el fracaso de la misión.

 

Tras varias horas culminaron la instalación y orientaron la antena hacia Madrid. Allí imponente, desafiando las alturas y los vientos del segundo pico más alto de la Región de Murcia, se alzó la antena de la esperanza. Eran minutos antes de las 15.00 horas, momento en que iniciaba la retransmisión Televisión Española. Realizaron varios repasos del montaje para comprobar que todo estaba en su sitio. No tenían forma de saber si su invento iba o no a funcionar puesto que sólo funcionaba en teoría, pero ahora se encontraban ante el momento cumbre, cuando obtendrían el premio o la frustración, cuando los esfuerzos se verían recompensados o por el contrario, volverían derrotados y a la ciudad de Totana.

 

Por fín encendieron el receptor y aguardaron nerviosos los últimos minutos, hasta que por fin exactamente a las 15.00 horas pudieron oír las señales horarias y visualizar a un locutor que les decía “Buenas tardes”.

 

La algarabía que se desencadenó fue tremenda, allí en lo alto de la sierra los tres hombres se abrazaron y gritaron jubilosos. Lo habían logrado. Se habían adelantado a su tiempo y eran de los primeros españoles en disfrutar del invento que cambió la sociedad para siempre.  

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