La mujer del sacristán de San Lorenzo
Consternación y gran revuelo social produjo el suicidio en Murcia, a causa de los infundados celos de su marido, de una guapa mujer que conmocionó a la sociedad de la época hasta tal punto que se recoge, sin ahorrar detalles, en las actas del Concejo. Con un informe expreso de los justicias que asistieron en ese caso por orden del juez.
Estamos en el año 1778 y al frente del consistorio murciano está el corregidor Ignacio de Retama. Al que Murcia le debe la luz de los faroles en las calles. Los primeros se instalaron en la calle de Platería. Fueron seis los qué alumbraron esta arteria de la ciudad a partir de ese momento. Pero durante su mandato, el corregidor, no estuvo exento de escándalo pues fue acusado y juzgado por delitos de prevaricación, sobornos y venta de cargos. Llegó a solicitar 150 doblones a un vecino de esta ciudad, un verdadero dineral para la época, si quería el cargo de alguacil mayor. Como comprobará, el desconocido lector, los abusos y desmanes de los cargos públicos no son cosa de hoy en día, ni mucho menos, pues ya se daban en aquella 'Murcia que se nos fue'. El dinero y la ambición no entienden de ideas políticas ni por supuesto suceden en un momento concreto de la historia. Sinvergüenzas los ha habido y los habrá mientras este viejo mundo siga dando vueltas alrededor del sol. Pero volvamos a centrarnos en el tema que hoy nos ocupa y en la figura de aquel mandatario que tenía el Concejo en la recta final del siglo XVIII.
No fue lo narrado hasta ahora el único escándalo que protagonizó el corregidor Retama pues en el año 1780, Viernes Santo, hubo un serio altercado, con el obispo, por cuestiones de protocolo en la procesión del Santo Entierro, ya que el Corregidor se negó a presidirla si no figuraba en el séquito el obispo de la Diócesis. Envió aviso de que en caso de no asistir tampoco iría él. Los hechos se narran así en las actas correspondientes: "En la ciudad de Murcia, al salir a la calle la procesión del Santo Entierro de Cristo, el Corregidor, don Ignacio Retama, hace saber a los comisarios que irá en la procesión si va el Señor Obispo, pero de no ir, mandará a su Alguacil Mayor para que comparta la presidencia con el Provisor eclesiástico, pues el Corregidor no va a presidir con un cargo menor a su rango. La protesta del Señor Corregidor ocasionó tal escándalo que hubo de retirarse a la iglesia la procesión, disolviéndose todas las corporaciones invitadas a ella".
Una vez que hemos podido comprobar cómo actuaba aquel corregidor de la ciudad volvamos al caso qué nos ocupa sobre el ataque de celos que llevó al suicidio a una mujer inocente que, según leemos en las actas capitulares era una verdadera belleza.
Tenemos que tener en cuenta, antes de proseguir, que el marido era una persona muy conocida en la ciudad pues trabajaba de sacristán en la parroquia de San Lorenzo de Murcia. Los hechos, según las actas capitulares, sucedieron así: “Leandro Díaz, sacristán que fue de la parroquia de San Lorenzo, estaba casado con María López, de buen cuerpo, bellas proporciones, hermosa cara y de agradable condición, propiedades que fueron el motivo de muchas disputas que tenían ellos a causa de los celos del marido. Estas diputas a causa de los celos y al no fiarse de ella y montar continuos escándalos fueron el motivo de que le quitaran la sacristía del sagrado templo de San Lorenzo. El obispado no podía permitir los escándalos que de continuo se producían en el domicilio de dicho sacristán. Viéndose perdido y sin trabajo se fue a Cartagena a buscarse la vida y su esposa quería ir con él, se opuso el marido diciendo que no tenía con que mantenerla, por lo que se movieron entre ambos muchas guerras, discusiones y agresiones por lo cual el marido acudió ante el juez y le hizo detallada relación de ello y, según le informó, salió un auto del juez para ponerla a ella asilada en la Casa de la Misericordia, lo cual se verificó. De este modo el juez ordenó que se recluyera a la mujer en la dicha casa al objeto de no dejarla desvalida o a merced de caer en tentaciones de la carne en ausencia del marido. Viéndose ella sujeta y encerrada con su corazón y su espíritu privado de libertad cuando, ella pensaba, que no correría esos riesgos, cogió el cordón que llevaba, pues era beata de Capuchinas, lo deshizo y juntó los cabos, pareciéndole corto, quitó el cordel de esparto de una escoba y lo ató al cordón. Tomó entonces, según se refleja, el cordel de la mano y puesta en el asiento de la ventana, estando de alta sesenta palmos del suelo, se dejó caer y al estar a unos cuatro palmos en el aire, se quebró dicho cordel, que se ha verificado esta altura por estar colgado cuatro palmos el dicho cordel, cayó al patio de la casa y dejose los sesos pegados en las losas de dicho patio. Mientras todo esto ocurría en la casa, el Señor alcalde Mayor, Don Francisco de Fonseca, estaba aconsejándole al marido que su mujer era buena y de conducta intachable y puesto que no había dado que hablar a las gentes en ningún asunto, de su parecer era que la llevase consigo a Cartagena y no diese lugar a que se perdiera. Así mismo le aconsejó que la perdonara ante el juez y que este no la encerrara de por vida en la Casa de Misericordia. Estando en estas razones, ante los señores justicias que dan fe, llegaron las buenas gentes de la vecindad buscando al marido para darle cuentas de tan funesto desenlace. Y por estar las justicias contrapuntadas, salió un auto del Señor Corregidor, Don Ignacio de Retana, a notificar al Señor Capellán de la dicha Casa de Misericordia que no entregase a la muerta, por no querer que la enterrasen hasta hacer ciertas diligencias. Al lunes siguiente, al anochecer, a las cuarenta y ocho horas de haber muerto, fue enterrada pero no en sagrado ya que se había quitado la vida”