Cantando por Navidad
Tenía que llegar. Era inevitable. Y es que, el ingenio humano no tiene límites y parece que la Inteligencia Artificial tampoco. Al menos, es la sensación que experimentamos cuando pedimos a cualquier aplicación de IA generativa que fabrique un informe, una imagen, un cartel o un libro. Así de fácil y así de rápido. Es cuestión de preguntar de manera más o menos acertada. Pero sin esforzarse mucho tampoco porque, al final, estas aplicaciones terminan por conocer hasta nuestras intenciones sin necesidad de ser muy precisos en las preguntas.
Y digo que tenía que llegar, porque ya nos estamos encontrado con archivos, de muy diversa índole, cuyo contenido nos impide saber si han sido generados por un humano o por la IA. Aún recuerdo, y casualmente siempre por fechas navideñas, cuando algún amigo regalaba su talento al grupo, generando un vídeo de cualquiera de nosotros cantando y bailando como nunca, fruto de una IA entrenada con nuestra imagen y mezclada con la de algún famoso. Y nos parecía muy gracioso. Además, era sencillo saber que era un montaje generado inteligentemente. Divertido e inocuo al mismo tiempo. Al final, pudiera dar la impresión de que, si nunca te han hecho un 'meme' de esa índole, no eres nadie. Cosas de esta vida del siglo XXI.
Pero esto ya ha cambiado. La capacidad generativa de los sistemas IA, junto con los avances computacionales, nos confunden a todos. Qué difícil resulta descubrir si una creación artística o literaria ha sido generada por IA o por una persona. La primera opción es fiable, pero sin sentimientos. La segunda, justo lo contrario. Y que conste que no es ilegal elegir una cosa u otra. El único requisito es saber cuándo nos enfrentamos a bits generados por un chip o a emociones expresadas por una persona frente a un ordenador. Lo que no se puede hacer es engañar, porque eso no está bien y porque tampoco nos gusta. Hasta hace poco, éramos capaces de detectar estas cosas, pero esto ya se nos ha ido de las manos.
Y, es por eso, que ya tenemos aquí los famosos detectores de obras, para saber quién es el autor, si una máquina o un humano. Aunque parezca una solución, la realidad es otra. Porque entrenar una máquina que genere un resultado con obras realizadas por humanos, tienen cierta contradicción. Y, es por ese motivo, que los detectores automáticos se ven un poco desencajados. Son capaces de decir que tu libro, ése que escribes durante años con experiencia e ilusión, lo ha hecho la Inteligencia Artificial pero, también, al contrario. Porque la autoría de una obra empieza a ser un concepto arbitrario, sobre todo cuando no es la IA quien la genera, sino la herramienta que nos ayuda a ello, pero sólo en parte. Cuantificar esa parte es lo complejo y subjetivo. Los hay gratuitos, de pago, por suscripción, de prueba y con orígenes muy distintos. Porque el problema es global. En fin, un lío que no tenemos muy claro a dónde nos llevará, pero que no cunda el pánico porque ya lo solucionaremos. Alguna tecnología evitará la temida suplantación por los famosos sistemas IA. Y mucho más en estas fechas de amor y buen rollo. Feliz Navidad.