Domingo, 14 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNLos mandaos y su aquél
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Francisco Martínez Ruiz

Los mandaos y su aquél

 

La acción de llevar a cabo una gestión encargada por un tercero que en el Código Civil y para los asuntos que le son propios se regula bajo la figura del mandato aquí, entre nosotros, y para temas especialmente heterogéneos, adopta un determinado modelo: el mandao.


Lo primero que me gustaría subrayar es que hay mucha gente, y lo vengo observando con mayor intensidad en los últimos meses, que se pasa el día realizando mandaos, cuando en realidad únicamente le han sido encargados unos pocos, claramente identificados y con una razonable y rápida resolución. Sin embargo, estas mismas personas, se han hecho a la figura del mandatario y se dirigen todo el día, con energía eso sí, hacia distintos sitios y quehaceres que, a primer requerimiento, no te pueden precisar.


Convierten sus jornadas en un devenir que atraviesa, al menos, tres fases: recepción del mandao, con las oportunas especificaciones, en algunos casos minuciosamente detalladas por colores, tamaños, marcas o establecimiento.  Es el momento procesal oportuno para la resolución de las primeras dudas o la formulación de las pertinentes advertencias del mandante, orientadas al buen fin de la operación. Ahí también, se suele decretar la tajante exclusión de otras opciones o alternativas, ante la eventual ausencia del determinado producto o servicio que nos ha sido encomendado adquirir o gestionar.

 

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La segunda fase es más dinámica, en cierto modo, y se traduce en que el que realiza el mandao pues va a los sitios que se le han encargado, normalmente con una pequeña lista si se toca el tema Abastos, o con una foto o resguardo, si ya tocamos tema textil en todas sus vertientes, o telecomunicaciones.


El mandao y las gestiones que conlleva, que parecían un mundo al principio se han resuelto con rapidez y sin incidencias, lo que sitúa a nuestro ya amigo, el mandatario, en una tercera fase sensiblemente diferente a las dos anteriores.


Se ha quedado sin mandaos, puesto que están hechos, y le queda tiempo antes de volver para dar cuentas al mandante de las gestiones realizadas. Surge en él, entonces, una necesidad imperiosa de hacer partícipes a cuantos más pueda, de lo atareado de su mañana. A tal fin, se da un garbeo por calles céntricas, o por las de su barrio, donde se encuentra con perfiles similares a los que, sin llegar a abrumar, les cuenta que vaya mañana lleva, y que aún le quedan unas – inexistentes- gestiones por realizar.


Es el momento en que nuestro personaje es soberano: no está dando cuentas al mandante, ni está enredado con los encargos y los proveedores de los mismos. 


Realmente es el momento por el que disfruta, finalmente, de los mandaos. La posibilidad de, en plena autonomía, poder contar a otro que él no se aburre, que lleva al lomo mandaos, encargos y sugerencias de distintos mandantes, y de diferente naturaleza.


Concluidas estas fases y cayendo ya la mañana, decide sentarse a tomar un café. Normalmente no es educado con los camareros, tampoco faltón pero ese día al pedir su consumición comprueba que, ahí en ese acto, el actúa de mandante y el camarero de mandatario y recuerda las veces que no se ha dirigido a él con algo más que corrección.

 

Pensativo, aguarda que le sirvan su café y antes de marcharse el camarero- un joven sudamericano- le dice, sintiéndose raro, y a la vez conforme: “te agradezco mucho el buen servicio que siempre tienes conmigo “. Y el joven, que no esperaba eso, se despidió con una sonrisa.


Y nuestro amigo comprendió, al fin, que todos podemos ser mandantes o mandatarios. Depende.


Y de ahí volvió a su casa satisfecho, a la espera de nuevos mandaos.


Pero ya no sería el mismo. Un buen pensamiento ofrece una lección rápida.
 

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