Martes, 16 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNSíndromes de andar por casa
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María Belén Albaladejo

Síndromes de andar por casa

 

La RAE define síndrome como conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada.

 

Clínicamente hay muchísimos y a ras de calle están los de andar por casa, esos que, sin estar diagnosticados, todos, en un lado o en otro, los hemos vivido.

 

Me vienen a la cabeza, a bote pronto, el del recomendao y el del cuñao.

 

El del recomendao lo podemos definir como: Con quien más quieres, o piensas que debes, esmerarte, es con quien más la pifias.

 

Surgen variantes según el sector del que se trate.

 

Mi experiencia es que si algo tiene que fallar en una operación financiera: tipo de interés, tiempo en abonar una transferencia, nota simple, fecha en notaria, porcentaje de tasación, recibo urgente, etc., lo hará con la persona que te ha mandado un jefe, con un familiar o con el amigo de un amigo. En  fin, con el recomendao.

 

En el campo sanitario, por lo que me cuentan, hay dos variantes. Una se manifiesta en la aparición de complicaciones no habituales y de imprevistos, en pacientes concretos, en los que la intención es llevar a cabo una atención más esmerada y personalizada. Se extravía de quirófano a planta, se rompe el ecógrafo, se confunde, momentáneamente, la cadera para la prótesis, etc.

 

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La otra suele ser con los “propios”, explicado de otra manera: “Como tú eres de la casa y sabes de lo que va pues ya te vas apañando tú con las curas, pastillas y citas sucesivas”. Llevas bata blanca y eso presupone un dominio total de la situación. Tú con un dolor inmenso de espalda y como eres intensivista pues ya te diagnosticas tú.

 

Entre todos, la casa sin barrer y la cicatriz del recomendao que no cierra.

 

En Restauración te toca la mesa del rincón, la cerveza desbrevada, el chuletón pasado de vueltas. Para otro año la estrella Michelin.

 

Justo cuando vas al sitio hay gripe aviar y el plato estrella de gallina, para el mes que viene. El atún de almadraba no ha llegado por una huelga de transporte y al vino le ha pillado de lleno la filoxera y ya veremos las cosechas venideras.

 

Este síndrome se alarga y se alarga y la vergüenza que se siente al ver el desastre de gestión que se está haciendo te lleva a cantar 'Soy minero', de Antonio Molina, esconderte en el pozo número siete y no salir en una temporada.

 

Tu profesionalidad por los suelos y el recomendao dando tumbos. Tú sin saber qué decir y el otro sin poder decir ni , porque va de eso, de recomendao. Como hable puede ser aún peor.

 

Vamos con el síndrome del cuñao…Surge, surge y ya.

 

Qué decir de aquel que no para de hablar, que no sabe absolutamente nada de lo que está hablando y no es consciente de que no sabe.

 

Cómo es posible que, en un evento coloquial, familiar, haya alguien que sepa a nivel estratosférico, da igual el tema. Cantos de pájaros, política intracomunitaria, estrategias del lince para cazar, punto “al dente” del macarrón… o en murciano, dureza del garbanzo en el cocido del día de Navidad.

 

Este es un síndrome que yo tenía vinculado a la presencia o ausencia de un plato de gamba blanca a la plancha en la mesa. Mi madre decía, si aparecía alguien con perfil de cuñao por casa: “Quita el plato de gambas, quita el plato de gambas”, el efecto era inmediato, el 'perfil' daba media vuelta y se largaba.

 

Con los años he visto que era pura casualidad, el cuñao, de diez veces, nueve se queda y no calla. La ausencia o presencia de gamba blanca no es definitiva, ni las bocas cocidas, ni la hueva de mújol, ni el percebe, ¡ni ná de ná!

 

Es tremendo. Opina de todo y no admite una versión distinta a la suya. No la admite o no la escucha, porque es un monólogo absurdo, pretencioso, exhibicionista, burdo, propio de estúpidos.

 

Con el gusto que da escuchar a los que sí que saben, a los que te enseñan desde el respeto y el conocimiento. El que sabe comparte, el cuñao es un ególatra actuando de oído.

 

Mira por dónde este síndrome tiene nombre clínico, se conoce como efecto Dunning-Kruger. No he conseguido averiguar si hay pastilla o tratamiento para el creyente de sus altas capacidades alejado de su realidad de competencias limitadas.

 

Lo que sí sé, es que la mayoría de veces, a quien le toca aguantarlo, tiende a permanecer en silencio, a respirar “pa dentro”, a repetir: “Aguanta, solo es en comidas grupales y no hay tantas”, “Por tu bien, no la líes”, “Tres, dos uno, uno, dos, tres”, “La próxima, no me siento a su lado”.

 

No me puedo resistir a escribir que los cuñaos no solo aparecen en una mesa, en una reunión familiar, en una fiesta. Están por todos sitios, incluso nos gobiernan, nos malean, nos influyen, nos dirigen, nos manipulan, nos enfrentan, nos aturden.

 

Ojo, nadie está exento de ser un Dunning-Kruger (así queda más culto). La soberbia y la petulancia, si no te cuidas, son como el colesterol, te pillan.

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