Viernes, 05 de Septiembre de 2025
Diario de Economía de la Región de Murcia
OPINIÓNUn personaje extraordinario en El Pilar de la Horadada
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Francisco Martínez Ruiz

Un personaje extraordinario en El Pilar de la Horadada

 

Todos, en mayor o menor medida, conocemos a personas singulares que destacan por su brillantez, su dilatada y rica biografía, o por algunos rasgos de su carácter. Y cuando digo todos, pues me incluyo yo también.

 

Sin embargo, no creo que muchos tengan la suerte de conocer a un personaje extraordinario donde los haya, que además no vive en Mongolia si no aquí al lado, a caballo entre el Pilar de la Horadada y Campoamor.

 

Nacido en Cañadas de San Pedro recién terminada la II Guerra Mundial, comenzaba para Antonio Moreno Perona su muy particular vida en el Cabezo de la Plata. Excuso decirles que si la posguerra mundial fue dura en España, imagínense cómo serían las condiciones en este emplazamiento ubicado más o menos en la carretera Murcia-Sucina.

 

De modo que nuestro hombre, con tan sólo 14 años, se enrola en un buque mercante con destino a Norteamérica y de ahí, tras distintas vicisitudes, recala en Alemania donde se inicia en la jardinería y los caballos, y contrae primeras nupcias.

 

Transcurridos unos años se instala en Campoamor como jardinero en la incipiente urbanización de Montepiedra, donde comienza su actividad de mediación inmobiliaria, en la agencia Moreno Schmidt.

 

Antoñito Moreno es, literalmente, un autodidacta. Su amplia experiencia vital ha estado muy ligada al mundo de la caza, en la que se ha empleado a fondo en Sudáfrica, Canadá, Benín, Namibia, Polonia o Tanzania. Fue precisamente el 12-S de 2001 cuando acompañado de otro cazador con largas barbas, fue éste confundido con Bin Laden, lo que les supuso estar retenidos durante más de nueve horas en el aeropuerto de Dar es Salaam.

 

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[Img #9099]Es en estos viajes africanos donde Antonio se recrea contando diferentes curiosidades de la gastronomía local, como por ejemplo comer culebras. “He nacido salvaje, y es como soy”.

 

Salvaje, sí pero de personalidad tierna. El devenir de la vida lo ha conectado con Ecuador, de donde es su actual pareja, Consuelo, y cuando vuelve de allí relata con una mezcla de indignación e impotencia las condiciones en las que vive gran parte de la población. Él también fue con 14 años mano de obra barata. Y esto lo entiende.

 

Antonio, con 80 años se impone, en cierto modo, una disciplina germánica que le lleva a un rígido control de los horarios de comida y de puntualidad. Puntualidad y disciplina para sus dos horas diarias de gimnasio y tres de pádel por la mañana y prácticamente todos los días un partido de tenis por la tarde.

 

Preguntado por esa enorme vitalidad que despliega su respuesta es tan desconcertante como parece que empíricamente acreditada: ingiere desde hace 60 años pastillas de alfalfa y de cola de caballo. Y explica las virtudes de estos complementos en un lenguaje semitécnico que, por esa misma razón, es difícil de objetar.

 

El sinfín de anécdotas en lo que pudiéramos denominar sus actividades privadas daría para una antología, muy en especial las conectadas al mobiliario urbano.

 

Siempre sonriendo, lo cual puede ser uno de los efectos de la alfalfa o del vino blanco, que el siempre consigue comprar de la mayor calidad y con los precios más bajos de Occidente.

 

Antonio, para los que tenemos la suerte de tratarlo, se convierte en un ser entrañable. Poco común, imposible de encuadrar, pero si de prever.

 

Al escucharlo no puedes evitar visualizar al niño del Cabezo de la Plata, convertido con el paso de los años en un personaje extraordinario.

 

Pero sólo hay una cuestión.

 

Y es que todos sabemos que esa, su grandeza, no tiene que ver nada con la alfalfa. Pero no se lo decimos.

 

Nota del Autor: Dedicado a mi buen amigo Antonio Moreno Perona.

 

Linkedin: Francisco Martínez Ruiz

 

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