Marrones
Hasta hoy, creía firmemente que nunca escribiría este artículo, que ya me duele dentro. Pero tras los incidentes de Torre Pacheco, y después de haber dejado un prudencial tiempo de reflexión, debo hacerlo. Aquí lo tienen.
Porque me resulta harto difícil entender (y más todavía comprender) que, en una región tradicionalmente tan solidaria, haya podido calar en determinados sectores la repulsa hacia los inmigrantes de tez oscura, en sus diferentes tonalidades. Con los blancos y rubios ucranianos, no ha sucedido lo mismo; ni en Murcia ni en esta España de nuestra desesperanza.
Empero el altruismo murciano siempre ha sido una de nuestras señas de identidad; como se demuestra, por ejemplo, año tras año, en las donaciones de órganos, donde figuramos en cabeza dentro de una España líder mundial en donaciones y trasplantes. Entonces, ¿por qué ahora vuelven a resonar trompetas apocalípticas? ¿Qué está sucediendo entre nosotros? No hace mucho tiempo, fuimos los murcianos quienes generamos incesantes movimientos migratorios a nivel nacional y allende nuestras fronteras; es decir: fuimos emigrantes. Todavía lo somos, nuestro pasado reside en nosotros. Y la historia puede volver a repetirse.
Son preguntas que se formula, con toda amargura, ‘un marrón’. Hará un par de años -ya casi lo había olvidado- chocamos en la repleta acera de la Gran Vía, una mañana de invierno, dos viandantes. Yo, al notar el impacto, intenté disculparme (no tenía por qué, ambos tropezamos; llámenlo, educación); mas por toda respuesta obtuve una mueca de ira procedente de un presunto “rostro pálido”. A continuación, me espetó a la cara una frase que he pretendido ignorar, o al menos no darle ninguna importancia: “Qué miras, marrón”. Ahora sí que se la doy.
En efecto, soy moreno, como tantos españoles. Antaño se decía ampulosamente que España procedía de un crisol de culturas que esculpieron nuestra estirpe, la que podríamos llamar ‘pura cepa española’… Cepas, viñedos, trigales y olivares que cultivaron pueblos muy heterogéneos desde el inicio de los tiempos en nuestro querido suelo, en el que sucedieron distintas civilizaciones que conformaron nuestra patria.
Al correr de los siglos, en nuestras tierras, florecieron y convivieron culturas, como la cristiana, la judía y la arábiga, que llegaron a darse la mano algún día, y también llegaron a odiarse.
Sin embargo, en Murcia, se sintetizaron armoniosamente en una ciudad, que cumple 1.200 años, aniversario que reivindica entre otros fulgores, los del mítico Rey Lobo y la inefable Mursiya.
Muhámmad ibn Mardanix (también conocido como Ibn Mardanís), reinó en la taifa de Mursiyya de 1147 hasta su muerte en 1.172; se le recuerda como uno de nuestros mayores héroes en la rica historia de Murcia. Durante el gobierno del Rey Lobo, la ciudad de Murcia alcanzaría un auge colosal. ¿Qué quedan de aquellos resplandores en este prosaico presente? No serán pocos, los descendientes de aquella legendaria Mursiyya, en la Murcia de hoy. Le duela a quien le duela.
Datos para reflexionar
Ya no en la Mursiya de antaño, sino en la de hogaño, encontramos ecos de lejanos odios (no tan lejanos). Así el último estudio del Cemop, a raíz de lo acontecido en Torre Pacheco, ha vuelto a poner el dedo en la llaga de la inmigración, una de las heridas más purulentas, que no termina de suturarse, sino todo lo contrario.
Este sondeo del Cemop arroja un resultado inquietante: casi cuatro de cada diez murcianos (el 36,4%) apoyan la convocatoria de las protestas en esta localidad contra los inmigrantes (un 17,6 se muestra muy de acuerdo, el 18,8 bastante de acuerdo); más del 60% piensa que el aumento de la inmigración genera un incremento de la inseguridad (secundan esta tesis, el 30,6%; parcialmente, el 30,2%) y un 63,3% cree que en la Región hay demasiados inmigrantes (totalmente de acuerdo, el 33,3%; parcialmente, el 30%). Pero el 43% únicamente respaldaría su expulsión si son irregulares y delinquen. A pesar de ello, más de la mitad de los encuestados (el 54,3%), son asimismo partidarios de una regulación más estricta de las redes sociales para evitar los discursos de odio. ¿Qué sería de nosotros, sin estas contradicciones tan del gusto demoscópico?
No cabe duda de que las movilizaciones en Torre Pacheco, en respuesta a la brutal agresión que sufrió Domingo Tomás a manos de una persona (un desalmado) de origen magrebí, han conmocionado a la opinión pública. De esta forma, se explica ese 36,4% de murcianos que se declara “muy o bastante de acuerdo” con aquella convocatoria. Pese a porcentaje tan elevado, habrá quienes minusvaloren el guarismo, porque la mayoría de los encuestados la rechazan. Un consuelo que no es tal; el 36,4% pesa como una losa.
Especialmente me preocupa la opinión de los jóvenes, porque el respaldo a los incidentes sube al 57,8 por ciento entre los encuestados, de 18 a 30 años. En la siguiente franja de edad, de 31 a 44 años, también hay un apoyo muy significativo del 46,2%. Son datos para reflexionar, cifras que manifiestan una inquietud latente, un resquemor que puede estallar por los aires en cualquier momento.
Sin embargo, no deberíamos olvidar, ni por un instante, que este país es el segundo más longevo del mundo, después de Japón; que necesitamos jóvenes que trabajen, ya que no los engendramos nosotros, cada vez tenemos menos hijos. Se precisa con urgencia mano de obra en esta España y en esta Región, el porvenir de sectores como el campo, la construcción o el de los servicios, depende de esa fuerza laboral foránea. También el futuro de nuestras pensiones pende de ese hilo. En el propio informe del Cemop se recoge esta preocupación, ya que el 48,2 por ciento de los encuestados opina que, sin inmigración, la estructura productiva de nuestra Comunidad y la de España se verían muy dañadas.
Me argumentarán, con razón, que se necesita imperiosamente una inmigración ordenada y organizada desde sus países de procedencia; y no puedo estar más de acuerdo. No obstante, ¿quién puede ser ‘el ordenador’ que se atreva a ordenarla en el tercer mundo, con hambrunas, dictaduras, reyezuelos y guerras pululando por doquier? ¿Quién le pone el cascabel a esa fiera? ¿Y qué hacemos mientras tanto?
En suma, no nos tiremos piedras sobre nuestro propio tejado. Generalizar siempre es errar; caer en generalizaciones que incitan al odio, sólo lleva a extender esta iracundia a todas las capas de la sociedad: después de negros, magrebíes, pieles rojas y amarillas, vendrán los diferentes y los que piensan distinto; a continuación, los marrones… Paradójicamente, en esta ferviente España, en alguna medida, somos marrones la mayoría; el blanco nuclear apenas destaca entre nosotros. O si no, miren con detenimiento el retrato de algunos de nuestros líderes más patrióticos y póngales un turbante (con la IA es sumamente fácil), verán lo que se encuentran.
Inmersos en el 1.200 aniversario de nuestra capital, ¿cómo nos contemplaría el Rey Lobo? ¿Qué diría Muhámmad ibn Mardanix de algunos de sus putativos sucesores? A buen seguro, aullaría.