Cuando las noticias nos enferman: El impacto real del doomscrolling
Imagina abrir el móvil por la mañana con la intención de “ponerte al día” y terminar, cuarenta minutos después, con una mezcla de ansiedad, mal humor y la sensación de que el mundo está en llamas. No es casualidad ni simple impresión: el consumo compulsivo de noticias negativas —ese hábito ya bautizado como doomscrolling— está modificando la manera en que nuestro cerebro y nuestro cuerpo funcionan.
Un reciente reportaje de National Geographic (11 de septiembre de 2025) explica cómo este bombardeo constante de titulares alarmantes activa los circuitos cerebrales del miedo y nos mantiene en alerta, como si estuviéramos frente a un depredador en plena selva. El problema es que ese estado, diseñado para momentos puntuales, se repite una y otra vez cada vez que deslizamos el dedo por la pantalla, con efectos acumulativos nada inocentes (National Geographic, 11/09/2025).
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Las malas noticias activan la amígdala, la estructura encargada de detectar amenazas. De ahí parte una señal al hipotálamo que ordena liberar hormonas de estrés como el cortisol. En situaciones puntuales esto es útil: acelera el corazón, aumenta la atención y prepara al cuerpo para reaccionar. Pero cuando ese mecanismo se repite sin descanso —noticia tras noticia, día tras día— se instala lo que los neurocientíficos llaman estrés crónico.
El cortisol elevado de forma prolongada afecta la memoria, la capacidad de concentración y la regulación emocional. Investigadores de la Universidad de California han demostrado que los picos repetidos de esta hormona impactan directamente en el hipocampo, la región que usamos para aprender y almacenar recuerdos (UCLA Health).
Lo curioso es que no hablamos solo de “sentirse mal”. El estrés repetido tiene consecuencias físicas medibles. La Clínica Mayo advierte que el cortisol sostenido se asocia con hipertensión, problemas metabólicos, inflamación y debilitamiento del sistema inmunitario (Mayo Clinic). En otras palabras, leer malas noticias todos los días puede influir en tu riesgo de enfermar, incluso si nunca sales de casa.
Un estudio publicado en Diseases en 2024 detalla cómo la exposición prolongada a niveles altos de cortisol altera la salud metabólica y favorece trastornos como la diabetes tipo 2 o enfermedades cardiovasculares (MDPI). No es un simple “me agobio con los titulares”, sino un proceso biológico con efectos duraderos.
No hace falta estar leyendo constantemente para que la ansiedad se dispare. La investigación sobre perseverative cognition —esa rumiación de pensamientos negativos y preocupaciones que vuelve una y otra vez— demuestra que basta con darle vueltas a las noticias para que el cuerpo reaccione como si el peligro siguiera presente. Se elevan la presión arterial, la frecuencia cardíaca y los niveles de cortisol, aunque el estímulo original ya no esté delante (Wikipedia).
En la práctica, significa que ver un informativo de noche puede arruinarte el sueño no solo por lo que viste, sino por lo que tu cabeza repite una y otra vez en la almohada.
¿Por qué nos cuesta tanto dejar de mirar? Porque los algoritmos y el diseño de las plataformas juegan a nuestro favor… o en este caso, en nuestra contra. Cada titular impactante es como una ficha en un casino digital: activa un sistema de recompensa inmediato con pequeñas descargas de dopamina. Queremos saber “qué pasa ahora”, aunque lo que venga sea igual o más negativo.
La Universidad de Oxford incluso ha nombrado brain rot (puedes ver el artículo que publiqué en este mismo medio aquí) al fenómeno del deterioro cognitivo derivado del consumo masivo de contenido basura y noticioso sin fin, señalando que los jóvenes llegan a perder hasta tres horas al día en este tipo de scroll improductivo (Oxford Word of the Year, 2024, recogido en Noticias IA para tu proyecto). El resultado: menor capacidad de concentración, más soledad, más ansiedad.
¿Qué podemos hacer?
Informarse sigue siendo necesario. El problema no son las noticias en sí, sino la forma y el volumen en que las consumimos. Aquí van algunas estrategias prácticas, respaldadas por expertos que os recomiendo encarecidamente, al menos probar durante un tiempo:
- Poner límites temporales: dedicar un momento del día concreto a informarse, evitando especialmente la noche.
- Elegir bien las fuentes: priorizar medios contrastados y evitar el sensacionalismo que solo busca clicks.
- Practicar la desconexión consciente: caminar, meditar, leer en papel, cualquier actividad que rompa el ciclo de hiperalerta.
- Convertirse en “curador” de información: en vez de dejar que el algoritmo decida, suscribirse a boletines de confianza o usar apps que filtran el ruido.
- Cuidar lo básico: sueño, ejercicio, relaciones sociales. No hay mejor antídoto contra la tormenta de cortisol que un cuerpo descansado y una red de apoyo.
El doomscrolling no es un vicio inofensivo: es un hábito con consecuencias neurológicas, fisiológicas y emocionales. Nuestro cerebro no está diseñado para vivir en una alerta permanente, y nuestro cuerpo tampoco. Por eso, más que evitar las noticias, se trata de aprender a convivir con ellas sin que nos devoren.
Linkedin: Alejandro Garriga



 
        