Tengo un patinete
Si vives en la ciudad de Murcia, dejar caer entre los compañeros del café una mención del Plan de Movilidad Urbana tiene efectos siempre imprevisibles y pocas veces placenteras. Es más que probable que la persona que tienes en frente empiece espontáneamente a despotricar en lenguaje colorista, humo saliendo de sus orejas, con un nivel de cabreo que en otros tiempos sólo se alcanzaba tratando temas mucho más peliagudos.
Curiosamente, pasa lo mismo con una sola mención del coche eléctrico. Si tienes la osadía de sugerir que te gustaría tener uno, salen los negacionistas al ataque inmediatamente, armados con sus argumentos de youtube, como si fuera un crimen el mero pensamiento.
Si mencionarlo es un tema arriesgado, sugerir que estás, en términos generales, a favor da un resultado netamente explosivo. La gente te mira como si fueras el mismo diablo, con ideas malignas, que merecen su justo castigo. ¡Criminal!
Es cierto que cuando empezamos a vivir la realidad de la nueva movilidad, nos quedamos todos un poco perplejos. Los carriles bici de doble sentido en un lateral de las grandes vías de la ciudad daban quizá un poco de aprehensión, porque el ciclista iba cara a cara con el autobús cuadrado de diez toneladas y el taxi yendo a ciento veinte. Recordábamos la inutilidad total de los primeros carriles bici, diseñados por alguien que no supo llevar un vehículo de dos ruedas ni en su juventud.
Parecía que las cosas se iban haciendo sin la necesaria exposición pública, que no podíamos opinar, y sobre todo, que se iban haciendo a toda mecha, en una especie de huida hacia adelante. Oímos que había que “ejecutar el presupuesto”, o perder los millones europeos, y todos asentirían con la cabeza sabiendo que era verdad.
Era cierto también que intentar salir en coche privado desde el centro en hora punta podía ser una odisea, un suplicio a cámara lenta. Los semáforos muchas veces daban la impresión de estar ajustados con mala idea, a veces parecía que todos estaban en rojo, peatón, ciclista, coche y autobús.
Con el paso del tiempo, se ha visto el principio de un gran cambio en nuestra ciudad, para mí, en términos generales, positiva. Hay una proliferación de personas montadas en bicicletas y patinetes, que zumban silenciosamente por todos lados a sus veinticinco por hora. Se ven padres y niños yendo al colegio en bicicleta, cosa que hace un año significaba muerte segura. Proliferan los peatones, otros grandes olvidados de las ciudades españolas. La reciente iniciativa de hacer el uso del autobús totalmente gratis se podía haber mantenido, porque era evidente su éxito.
El fondo de la cuestión es que Murcia se hace grande, ya no es el pueblo de cuando llegué yo. Gestionar una ciudad de medio millón de seres en movimiento requiere medidas para hacerla moderna, limpia, vivible, ejemplar. En casi todas las ciudades europeas, se está reduciendo el uso del coche privado, por razones múltiples y obvias que incluyen la polución, el espacio, la seguridad vial, la salud y un largo etcétera. Los cambios que se han puesto en marcha son sólo el principio.
Los detractores dicen que todo es un desastre. El Plan de Inmovilidad. No lo hemos votado. Odio los patinetes, son peligrosos. Detesto las bicis. El comercio del centro se muere. No puedo aparcar. Es comunismo.
No estoy de acuerdo. Tanto es así que ya no uso el coche, excepto cuando tengo que cargar cosas pesadas, o ir lejos. Para hacer los dos mil novecientos metros desde mi casa en la huerta al estudio, tengo un patinete. Y me va estupendamente, viajo apaciblemente a veintitrés kilómetros por hora, con (casi) todos los semáforos en ámbar, dejando paso con un gesto a los peatones que lo tienen en verde, sin estridencias, sin peligro, sin malos humos, sin prisa. Tardo ocho minutos. Muy recomendable.