La pequeña isla de Ítaca
Ahora que ya han pasado las navidades y todo vuelve a la calma o mejor dicho, a la rutina, toca recomponer no sólo la figura, que también, sino los hábitos de trabajo, gimnasio y horarios que nos acompañan en nuestro día a día.
Lo cierto es que casi que lo agradezco puesto que me encuentro un poco saturado de tanto fausto y boato con lo que la vuelta a la normalidad me da la tranquilidad que en el fondo anhelaba. Es curioso porque, lo sé, pronto me cansaré también de tanta serenidad y estaré deseando que llegue la Semana Santa y las Fiestas de Primavera.
La cuestión es siempre querer lo que no se tiene y empujar al tiempo. Los lunes estamos deseando que lleguen los viernes, en enero la Semana Santa, en primavera el verano y en otoño la Navidad. Un continuo trajín que nos impide en muchas ocasiones disfrutar de lo que tenemos en el presente. Así no es difícil que digamos con melancolía: “¡qué pronto se pasa la vida!”.
En el fondo todos tenemos un deseo reprimido de cambiar nuestras vidas, nos gustaría vivir de otra manera, en otro trabajo, en otra ciudad... Tenemos sueños de poseer o comprar una nueva casa, un coche, una segunda residencia o simplemente de tener una vida más sencilla, en la creencia de que aquello que deseamos nos hará ser más felices, pero probablemente estemos equivocados y nos ocurra lo de siempre, que cuando por fin lo conseguimos, en un breve espacio de tiempo lo normalicemos y deje de producirnos placer
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Cuando apuesto en la lotería de Navidad, en la que participo más por tradición que por convicción, juego con la ilusión de que me toque para obtener algo que con mi sueldo no puedo tener, un regalito que siempre viene bien, pero tranquilo de que el premio, al menos el de la lotería de Navidad, no me va a cambiar la vida.
Otra cosa es cuando de forma muy esporádica juego al Euromillón que tengo que reconocer que lo hago con la ilusión de ganar pero con el temor de que me toque y se me cumpla lo que deseo.
Aún tengo en la retina las imágenes, ya tradicionales, de los agraciados con las loterías de Navidad. Ese día, cuando veo los noticiarios, observo con cierta envidia la alegría de los afortunados y vuelvo a darme cuenta de que ninguno estamos completamente contentos con nuestra vida, que todos queremos tener o cambiar algo... Y así debe ser.
Lo contrario sería llegar a una aceptación plana de nuestra existencia para la que el ser humano no está concebido. Sin ilusión no se vive bien.
Pero conviene ser conscientes de que si solo miramos el objetivo, nos perdemos la realidad. El camino nos ofrece mucho disfrute y aunque el futuro nos impulse, solo tenemos el presente y si lo sabemos apreciar veremos que aunque mejorable, se vive bien en él.
En palabras del excelente poeta griego Konstantinos Kavafis en su poema Ítaca (el cual recomiendo encarecidamente):
“ (...) Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Más no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el viaje…”
Todos tenemos, o debemos tener una Ítaca en nuestra mente que nos guíe en nuestra dirección, pero mientras no arribemos, no nos perdamos el camino porque también tiene vistas maravillosas y puede que la pequeña isla no sea lo que esperamos.