Deprisa, deprisa
No hace mucho, Carmen, una compañera de trabajo, me comentó que había estado a punto de ser atropellada dos veces en un paso de peatones el mismo día. una vez por un automóvil y la otra por un patinete.
Según me contó, en ambas ocasiones ella ya se encontraba en medio del paso y tuvo que echarse atrás ante la inminencia de lo que se le venía encima.
La indignación, entendible de mi amiga, era doble: por un lado la de verse asaltada en sus derechos como peatón y el riesgo cierto de accidente, y por otro lado, la de comprobar la reacción de los conductores, puesto que ninguno de los dos se inmutó pese a las exclamaciones del resto de viandantes y de ella misma.
Al parecer, ambos sujetos tenían demasiada prisa.
Lo cierto es que en Occidente todo va demasiado rápido. El ritmo que se ha impuesto en nuestras sociedades es muy acelerado y quien no lo sigue, simplemente se queda atrás porque nadie se va a parar para acompañarlo. No hay tiempo.
En el trabajo, en nuestra casa, hasta en el gimnasio todo se mueve con demasiada celeridad. Todo es para ayer, todo es una lucha sin tregua para ganar tiempo al tiempo. La paradoja es que realmente lo que hacemos cuando tratamos de ganarlo es perderlo porque aceleramos tanto que es como si fuéramos de viaje por la campiña a todo lo que da el motor sin observar el paisaje.
Así, no es de extrañar que haya nacido el movimiento Slow dentro de nuestra propia sociedad, que propone ejercer el control del tiempo en vez de someterse a su tiranía. El movimiento Slow nació en 1986 en la Plaza de España, en Roma, cuando ante el intento de abrir un McDonalds en la citada plaza, miles de personas se opusieron y crearon la organización Slow food que luego se extendió a otras actividades humanas.
También está en auge en nuestras sociedades lo que en Occidente denominamos 'filosofía orienta' que no es más que un conjunto de filosofías asiáticas (indú, china, japonesa etc.) que aunque distintas, comparten una actitud contemplativa ante la vida muy distinta de la nuestra. En realidad, hay muy pocos occidentales que realmente interioricen estas tradiciones, más bien y en el mejor de los casos, lo que hacemos la mayoría es dedicarles un tiempo (alguna clase de yoga, tai chi, meditación, artes marciales etc) para poder seguir con nuestras vidas y con el ritmo endiablado de nuestra sociedad.
Ciertamente Occidente avanza muy rápido e incluso, los países orientales que se están desarrollando más rápido son precisamente aquellos que están adoptando, cada vez con más intensidad, las políticas empresariales occidentales, pero quizá lo que no se está teniendo en cuenta es el coste humano que ello conlleva.
Al margen de las enfermedades asociadas al estrés, el mundo con la prisa se deshumaniza y se convierte en más infeliz. Queremos rapidez para producir más y vivir mejor, pero, sin embargo, lo que conseguimos es vivir peor porque nos cuesta tanto parar que hasta cuando hemos arrancado un poco de tiempo para nosotros mismos, no podemos desconectar y disfrutarlo.
En mi caso, como creo que en el de muchos, trato de tener menos prisa para todo, de pararme y observar mi entorno, pero no es más que un buen deseo puesto que pronto aparece el ritmo de la sociedad y me arrastra con él. Es una lucha muy desigual y en mi caso perdida, puesto que se trata de un individuo frente a la inercia de toda una colectividad que no tiene tiempo para paradas, ni preguntas; no toma rehenes.
Esta sociedad en la que vivimos la ha acelerado nuestra generación, ya veremos qué generación es capaz de frenarla.