La vida en el pueblo
El fin de semana pasado hice una escapada a Vélez Blanco. Se trataba de desconectar un poco del ruido de la ciudad y recuperar la calma que tienen los pueblos pequeños.
Me hospedé en un bonito hotel rural acondicionado sobre una lujosa casa solariega. Las puertas, los suelos, las ventanas, el mobiliario y la estructura te transportaban a otra época no vivida pero en aquellos momentos cercana, al menos en la mente.
El hotel no disponía de servicio de desayunos pero sí que te invitaban a un café con un trocito de riquísimo bizcocho. Se podía elegir la instancia dónde tomarlo y mi pareja y yo seleccionamos un mirador al castillo de los Vélez, con un enorme ventanal donde las primeras luces del día te daban la bienvenida. El momento fue de los del recuerdo y disfrutamos mucho con ese sencillo tentempié, tanto que aprovechando que mi mujer subió a la habitación para prepararse, yo decidí quedarme en aquel lugar, solo, en compañía de mi libro de lectura.
Por desgracia (o por suerte) la quietud no duró mucho puesto que al poco llegaron otros huéspedes procedentes de tres habitaciones distintas, sentándose en las otras tres mesas libres de la estancia.
Pronto, de forma natural se entabló una conversación animada entre todos los que allí estábamos. Una familia de Cataluña, una mujer de Villajoyosa, una pareja de Mallorca y yo mismo.
Tras varios minutos de conversación animada nos dimos cuenta de que pese a que cada uno tenía su propia historia, todos compartíamos algo: las ganas de escapar del ruido de la ciudad y contagiarnos de la quietud del pueblo.
En las Villas, hasta la forma de conducir de los escasos vehículos que te encuentras es distinta, el resto de conductores te obligan a cumplir las normas de velocidad puesto que si por algo se les puede multar es por 'velocidad anormalmente reducida', la velocidad allí cobra otra dimensión y te da tiempo para apreciar desde el canto de un pájaro hasta el olor a leña quemada.
Sin embargo, todas estas poblaciones también tienen otra cosa en común: la falta de futuro.
Es triste pasear por las calles de estos pequeños pueblos y comprobar la cantidad de viviendas venidas a menos que se venden o alquilan, sin duda por los hijos emigrados a las grandes ciudades. Causa amargura contemplar el antiguo esplendor de muchas de esas viviendas que ahora no pueden ser mantenidas por los descendientes y que no tienen más futuro que esperar que algún bohemio con dinero de la ciudad las compre para, precisamente, hacer lo que muchos habitantes urbanitas desean: cambiar de vida.
Realmente no sé si muchos residentes de las ciudades sentimos anhelos de perdernos en una de esas poblaciones simplemente por la necesidad humana de cambio y de hacer algo distinto a lo que estamos acostumbrados, o porque en verdad, el ser humano no está hecho para estar rodeado de tanto ruido artificial y llevar este ritmo endiablado que nuestra propia sociedad se ha autoimpuesto en las grandes urbes.
No sé si es contra natura sustituir el aire limpio de las montañas por la polución de los coches o lo es, por el contrario, respirar aire puro pero a costa de quedarte sin futuro económico que te asegure la propia subsistencia.
Lo cierto es que la gran paradoja se da cuando adviertes que mientras que muchos ciudadanos sueñan con cambiar sus vidas y disfrutar de una existencia más tranquila en un bonito pueblo, los habitantes de esos pequeños pueblos (especialmente los jóvenes) anhelan la vida de las ciudades y esperan su oportunidad para cumplir su sueño.
Es evidente que gana por mayoría el segundo sector y mientras los pueblos se despueblan, las ciudades se hacen cada vez más y más grandes.
Como en todo habrá que encontrar el equilibrio, porque un inmenso patrimonio se está perdiendo, la vis atractiva de las grandes ciudades se ha impuesto de forma aplastante y arrastra al olvido a otras formas de vida más apegadas a la tierra. El romanticismo del pueblo ha hincado la rodilla ante la practicidad de la ciudad y sin duda, si en algún momento éste se levanta será demasiado tarde y ya se habrá perdido la oportunidad de recuperar la esencia del pasado.
Linkedin: Gabriel Vivancos