La cueva de doña Constanza
Fray Jerónimo Hurtado en un manuscrito del siglo XVI, firmado por él mismo, pero sin fecha concreta nos viene a describir como era en aquellos días la costa de Cartagena y los lugares más destacados de esa zona del litoral.
Esto es lo que sabemos de este monje de la orden del Císter: nació en Toledo en 1495 y falleció en Valdeiglesias (Madrid) en 1558. Perteneció a la orden Cisterciense. Fue abad del propio monasterio, teólogo, filósofo y orador sagrado.
No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, pero el hecho de ser elevado a la dignidad abacial de su monasterio en 1528 supone que debía de tener alrededor de treinta y cinco años, edad normal en las personas en quienes recaían estos nombramientos. Se ignoran la mayor parte de los datos personales, sin embargo, se sitúa entre los más esclarecidos hijos del Císter en el siglo XVI. Consta que recibió el hábito monástico en Valdeiglesias, el 1 de enero de 1519, y después de una formación monástica adecuada, fue elevado a la dignidad abacial de la casa el 22 de octubre de 1528.
Pero este monje que dedicó gran parte de su vida al estudio nos dejó una magnífica descripción de todo el litoral de Cartagena en aquel siglo XVI y lo escribió de tal manera que no se le escapó detalle alguno ni lugar al que citar. Son siete hojas tamaño folio con un pequeño plano del puerto cartagenero del que destaca, también, su seguridad y el refugio natural que representa para los barcos en caso de tempestad. Da todo tipo de detalles. Así mismo describe en la pormenorizada descripción que hace del lugar lo que representa para los barcos cristianos que allí encontraran abrigo necesario ante los ataques de piratas y berberiscos. Entre los puntos que recoge el estudio encontramos 'Almazarrón' con 250 vecinos. En el litoral de poniente destaca Argameca Menor y Mayor, el Pertux, el Azuía y Susaña y en el litoral oriental destaca el puerto de Escombreras, Portman, la cala de las Avellanas y Cabo de Palos.
Pero lo que sin duda llama poderosamente la atención, leyendo la descripción realizada por este fraile, es la referencia a una cueva donde, según él y las historias que refiere, hay un gran tesoro compuesto por amatistas y otros metales preciosos. Sin duda puede tratarse de una de las muchas leyendas que, desde siglos anteriores, fueron transmitiéndose de padres a hijos y que corrieron en boca del vulgo aderezadas, eso sí, con un cierto misterio y excesiva imaginación.
En su descripción del lugar habla, incluso, de personas que se han perdido en el interior de la cueva como si quisiera con ello prevenir a los aventureros o llamar la atención para los que decidieran adentrarse en el interior de la tierra en busca de estos tesoros que solo el parece conocer y que describe, desde luego, con singular maestría. Leyendo el relato la primera conclusión que se puede sacar del mismo es que, antes de describirlo en su crónica, lo ha conocido e incluso ha estado dentro del recinto pues cuenta hasta las medidas que tiene en su interior y hasta donde parece que entra el agua del mar.
¿Pretendía el fraile asustar a los aventureros para que no entraran en la cueva? ¿Había piedras preciosas allí? ¿Cómo consiguió saber lo que había en su interior? ¿Esas historias eran fruto de leyendas de transmisión oral o realmente el religioso llegó a conocer lo que allí sé escondía? ¿Es otra historia más de tesoros piratas escondidos a buen recaudo y que tanto proliferaron en la literatura de la época? Pero una cosa si es cierta: existe el manuscrito donde este hombre da cuenta de lo que allí se puede encontrar el que se arriesgue a adentrarse en sus profundidades.
Veamos qué dice, textualmente, fray Jerónimo Hurtado referente a este hallazgo que se centra en la cueva con el tesoro de amatistas:
“Está en un cerro llamado Portmán y poco antes una cueva, que llaman de doña Constanza: tiene la boca en la lengua del agua y entrando por ella se haya el cabo; el que más ha entrado habrá sido media legua y la gran oscuridad no osare entrar más en ella. En el dicho cabezo de Portmán hay otras cinco o seis bocas de cuevas casi al modo de las que llaman en España de Hércules; son muy nombradas entre extranjeros., y dicen hay muchas piedras preciosas; hanse sacado algunas, aunque no de mucho valor. Es cierto, pero las ha habido de gran valor y tamaño que a algunos sacaron de su pobreza. Estas piedras preciosas, amatistas en su gran mayoría, están allí para que quien se atreva a entrar en la dicha cueva las pueda encontrar aunque no es cosa recomendable de hacer por los peligros que ello entraña. En mi tiempo han venido muchas veces extranjeros con memorias de estas cuevas y entrado en ellas casi una legua, y algunos han entrado y no se han visto más salir. Puede que el mar o la misma tierra los haya hecho suyos.
Está la cueva a dos leguas de Cartagena y a la frente desde cabezo la sierra adentro a la mano derecha, como una legua de la mar y aún menos hay más de 200 montones de escorias a tiro de piedra y de ballesta unos de otro, y algunos tan grandes, que cubren un hombre a caballo de una a otra parte.
Esto dicen han sido de minas de plata antiguas, y se tiene por cierto. Hoy sacan de estas escorias mucha cantidad de plomo y alguna plata muy fina, y es tanto el plomo, que se ha pedido de merced a su Majestad y el que la alcanzó viéndola a los que la fabrican".