La bonita primavera
Maravilla de marzo que anuncia con fanfarrias la primavera. En abril y mayo surge todo florido y hermoso como dice el refrán.
Da gusto ver los campos y las huertas cercanas pobladas de ababoles, margaritas, almirones, alhelíes, cebadillas, cardos marianos y mil matas más que no sé qué son pero, dan color al mundo. Es fantástico adentrarse por los campos de Cieza a ver los melocotoneros anunciando la cosecha, andorrear por Mula entre almendros en flor, etc. Me siento como Heidi dando tumbos por los caminos y me divierto inventando combinaciones de flores en jarrones.
Es así de bonita la primavera hasta que llego a la ciudad y paseando entre plataneros de indias estornudo una media de catorce veces.
Es así de fantástica la primavera hasta que veo mi ropa con un polvillo amarillo que como lo toque soy cadáver.
Es así de hermosa la primavera hasta que siento en mi piel una cremilla y 'algo' oscuro que rebota antes de tocar suelo.
Es así de linda la primavera hasta que parezco un 'rambo armado' mirando los pinos en busca de esas bolsitas algodonosas que no presagian nada bueno para Totó.
Es así de fascinante hasta que las gramíneas convierten mis ojos en dos tomates cherry.
Vamos al meollo de la primavera en la ciudad. Calles arboladas con olor a azahar de sus naranjos, maravilla de maravillas. Hasta aquí todo bien… los suelos con un manto de flores lilas de jacarandá, tiene cierto encanto pero es un incordio total para las aceras y las suelas de los zapatos.
La leyenda cuenta que un espíritu místico descendió con gracia sobre la tierra para conceder un deseo a quien atrapara una flor de jacarandá en el aire antes de que tocara el suelo… ¿La leyenda o la concejalía de Fomento y Patrimonio? Se ve que el poco presupuesto aviva la creatividad y nos quiere a todos bailando como Kevin Costner alrededor del arbolito “cazando” florecillas lechosas para evitar gastos “superfluos” en la limpieza de la ciudad.
Este año todos, o casi todos, hemos detectado que, además de jacarandá, las moreras han decidido darse un festín ¡Vaya panorama que nos encontramos en las aceras! Es tremendo.
Me paso el rato de paseo rezando al santo del día para no encontrarme a nadie conocido con el que tenga que pararme a charlar. Como esté quieta más de diez segundos me solidifico al suelo. 'Señora bajo morera', parece el nombre de una escultura de Antonio Campillo.
Me voy fijando en la gente y vamos todos mirando al suelo y con movimientos de vídeo clip musical, “baila el chiki- chiki”. Si nos fichan con la coreografía “El fruto de la morera en los suelos de Murcia” barremos en Eurovisión. Lo petamos más que con 'Murcianico Style'.
Como lleves suela de goma estás 'lista de papeles'. Vas dejando un rastro sonoro desafinado y pegajoso. Pulgarcito y sus miguitas directo al paro.
En el ascensor más te vale dar saltitos si no quieres dejar tu talla de zapato al cotilleo del vecindario. Al entrar en casa descálzate, sentido homenaje a los tiempos de pandemia… Como tengas parqué, prepara presupuesto para el 'acuchillador'; como tengas porcelánico o mármol, provéete de un mínimo de diez botellas de limpia suelos potente y tres repuestos del mocho de la fregona.
Si vas conduciendo, el momento de aparcar puede ser frustrante. Como el 'único hueco' esté estratégicamente situado junto a una morera 'vas apañá', tu coche será, por decirlo finamente, el puesto de fruta número 24 de MercaMurcia o el vivero municipal.
No te permitas ni un despiste por las calles si no quiere acabar plantada y germinando.
No sé qué es peor, que esté todo el suelo con moras reventadas o que haya pasado un camioncito de limpieza soltando oloroso jabón. ¡El engrudo que se forma es de alerta 4! Resbalones, frenadas bruscas, un sinfín de “situaciones comprometidas” bajo la bonita morera.
El recuerdo de esas cajas de zapatos con agujeros, hechos al “tún tún” con un bolígrafo, donde guardábamos mil doscientos gusanillos con un montón de hojas de morera a esperar que se hiciera el capullo, encerrar la caja en un armario hasta el año siguiente, se me revela como una foto en blanco y negro. Me veo a coscaletas de mi padre cogiendo hojas de las moreras por la plaza Santa Eulalia y por la calle Santa Teresa. No recuerdo tanta mora por los suelos.
Con esa foto mental mantengo la ilusión de niña y ahí se acaba lo bucólico. Revelar en color el ahora de esas calles me produce pavor. Nadie a caballito de su padre, de su madre, (se ve que el viejo rito de criar gusanitos de seda en familia se ha quedado en eso, en viejo) y el suelo en algo infame e intransitable.
No voy yo a discutir la buena sombra que da una morera, pero ¿es necesario dejarlas a su libre albedrío? La lluvia de este año ha hecho explotar una primavera de espectáculo, se agradece. Como también hubiera yo agradecido una poda responsable, organizada, en tiempo y forma, que mantuviera sanos y en perfecto estado los arbolitos y no esa indolencia, esa poca gobernanza en muchísimas calles de la cuidad. Ni poda ni limpieza en condiciones.