Todo va pasando, la hora del transito

Somos transeúntes del pasado, jamás volvemos al vacío, aunque llenos de nostalgia, acariciamos dulcemente esa idea. Ese tiempo se ilumina ligeramente, provocando luces y sombras. Unas delicadas imágenes de color sepia que nos retrotraen a una época incierta. Una larga y delgada conexión desconocida, que alguna vez fue de gran belleza.

Y el tiempo va pasando, sin embargo, se vuelve ausencia, lo sentimos cercano; pero en realidad hace mucho que nos ha dejado. Se transfigura olvidadizo y, casi invisible, camina a nuestro lado. Sus pasos resuenan cercanos. Así el pasado despierta nuestra soledad, cuando muere la noche estrellada y vuelve a nacer repetidamente el día, el de todos los días. Lo observamos con indiferencia, como si no fuera un milagro cotidiano, una naturaleza recurrente, que nos libera cada madrugada de la indiferencia.

La vida se puebla de personas inamovibles, ocultas tras sus miradas desplegadas e indiferentes. Secretos sueños que esconden confidencias indefinibles e ignoradas. Ráfagas que son conversaciones vacías, que, se trasforman en murmullos escondidos al amanecer; son susurros en nuestra oscuridad silenciosa. Sin inquietud, consolado por las horas que no pasan, va creciendo una ausencia monótona, un mensaje profundo, quizás de afecto, de pertenencia, para explorar el arte, el tiempo en esa materia interior oscura, que, se vuelve inaprensible en nuestras manos y muchas veces se aleja imprevisible, en un juego de sombras.

Linkedin: Manuel Menárguez