Este orden de cosas
Ha empezado el año dando traspiés, como un cervatillo titubeante. Los idus de enero marcaron un año complicado, donde el fango no sabemos hasta dónde va allegarnos. Y los pocos que llevamos de febrero, lo mismo. Ni que decir tiene que a los de marzo, por tradición, hay que temerles. Hace unos días la prensa se hacía eco de unas palabras harto reveladoras de Pedro Sánchez: “Nos quedan 1.260 días” y apostillaba en Orense en un acto de la campaña de las gallegas, que a Feijóo y a Abascal se les va a hacer extraordinarimente largo ese tiempo. Todo eso al final de la semana más agria de lo poco que llevamos de legislatura, perdida la aprobación de la ley de amnistía. El segundo y mayor fracaso de Sánchez. No sé porqué exactamente -es un pálpito- pero a mí me suena a lo contrario, a que esos mil y pico días ya se le están atragantando al que pronunció tan lapidarias palabras. Se lo está poniendo muy difícil él mismo y sus socios de jacarandina, dícese entre otras acepciones a la junta de ladrones o rufianes, y a su lenguaje de germanía. No va con segundas, directamente a donde más duele. Si todo le va a ir así, cuatro grandes propuestas en el parlamento y dos de éllas, derrotas de bulto, con el fracaso en la Ley Omnibus y también con la de la propuesta de la amnistía a la carta, mal y cuesta arriba lo veo. Esta ley, que no es más que la piedra clave donde se apoya todo el tinglado de esta legislatura, ya es el talón de Aquiles del presidente, mientras no encuentre solución, si la hubiera.
A estas alturas poco importan las concesiones que Sánchez está haciendo, porque nos puede la resignación más impotente. Al menos lo que no renuncio a entender es el cómo están sucediendo las cosas. No nos queda, me temo, más que asistir impasible a este sindiós. Largos se nos van a hacer esos 1.260 días, pero quiero entender, si acaso, el mecanismo interno de este reloj y creo que he dado con la tecla. Tres son las cuestiones a desbrozar, el chantaje, la adicción, y el status quo de Puigdemont y los más allegados. O sea, él mismo, y casi nadie más.
No existe negociación ‘entre el gobierno progresista’ y el líder catalán. De ninguna manera. Existe el chantaje desbocado que funciona como una espiral sinfín. Sánchez dice a todo que sí y Puigdemont sube la apuesta. Sánchez niega toda nueva cesión, y otra vuelta de tuerca. No hay más. Y eso crea adicción, la segunda de nuestras cuestiones. No se trata de encontrar soluciones, se trata de satisfacer una adicción que, por definición, no encuentra satisfacción alguna. Y el chantajista lo sabe y actúa en consecuencia. Funciona como todas las adicciones. Ludopatía, drogadicción…nunca es suficiente, nunca es bastante y siempre cabe más. Y el de Waterloo lo sabe y le viene pintiparado, por que él no quiere ni independencia para su terruño ni gaitas, o mejor, grallas, que son las gaitas catalanas. Y así llegamos a la tercera categoría: el status quo. Puigdemont es lo que busca mantener, su único objetivo en la vida. Su retiro dorado en Waterloo (qué bonito nombre) vivir de éllo. No hay más.
En el PSOE ya empiezan algunos a darse cuenta que esta situación es un pozo sin fondo, una bestia insaciable que ni siquiera busca saciar su hambre, solo seguir y seguir en las mismas, porque está en su naturaleza. No hay solución, ni la quiere, y así andan las mil y pico familias a las que podría haber beneficiado la ley de amnistía, y así andan en ERC los únicos de todo este tinglado que han sido -equivocados o no- honestos y coherentes en sus planteamientos.
Mientras en estos dos partidos, PSOE y ERC no admitan la situación y no aíslen al de Waterloo, al que éllos mismos han dado carrete, estaba amortizado como líder, y ahí están los datos a la baja de su formación en las últimas elecciones, esto no va a parar. Así de sencillo, así de complejo. Los demás, la gente, que dice la vicepresidenta cuqui, no pintamos nada. La nada más absoluta. Somos convidados de piedra de nuestra propia desgracia.




